En el año 2020, el populismo conservador y de extrema derecha se encontraba en la cresta de la ola en la escena política mundial. Parecía probable que Donald Trump asegurara su presidencia por otro mandato. El Brexit se perfilaba en el horizonte después de una victoria contundente del Partido Conservador en el Reino Unido.
En países como Turquía, Brasil, India, Rusia, Hungría y Polonia, líderes autoritarios seguían gobernando sin una oposición significativa. Incluso en la Unión Europea, los populistas de extrema derecha constituían el cuarto grupo parlamentario más grande.
Avanzamos al año 2021 y la marea del populismo comenzó a detenerse, y en algunos casos, incluso a retroceder. No obstante, el futuro sigue siendo un camino largo y desafiante.
Históricamente, destituir a partidos populistas de todo signo, pero en este caso de derecha e incluso fascistas ha resultado difícil. Especialmente en rio revuelto este tipo de partidos hacen ganancia de pescadores. Para ellos el “cuanto peor, mejor” es su leitmotiv.
El contexto socioeconómico sigue lejos de superar su crisis, lo que explica por qué los populismos siguen acechando, con altibajos, pero sin desaparecer por completo.
La reelección de Viktor Orbán en Hungría y el espectacular regreso de Benjamín Netanyahu en Israel contrarrestaron la tendencia de las grandes sorpresas electorales y cambios de liderazgo en los últimos años. Sin embargo, ambos líderes son realistas despiadados y populistas descarados, y su ascenso precede a la ola de políticas inherentemente antisistema del estilo trumpista.
No obstante, los resultados electorales recientes en todo el mundo indican otro retroceso del populismo.
En tan solo tres meses, las fuerzas ultranacionalistas han tropezado en España, Polonia y Argentina. El ‘Partido de la Ira‘, como titula el periodista Enric Juliana en una actual columna, parece están perdiendo terreno en las recientes elecciones democráticas.
Apenas ocho días después de que los ultras perdieran las elecciones legislativas en Polonia, presenciamos el revés del histriónico Javier Milei en la primera vuelta de las elecciones argentinas.
En España, por ejemplo, un eslogan como “¡Que te vote Txapote!” cambió drásticamente la dinámica electoral, sorprendiendo a quienes daban por seguro el triunfo del Partido Popular y Vox. En Polonia, un veterano político proeuropeo despreciado por la poderosa maquinaria de propaganda del partido ultranacionalista Ley y Justicia, Donald Tusk, regresó al poder después de ocho años.
Mientras que en Argentina, un candidato peronista a priori poco convincente, Sergio Massa, ha sorprendido a todos al ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales con un impresionante 36%. Esto indica que ha sido subestimado en comparación con un carismático pero bufón candidato con propuestas para muchos utópicas y desiguales.
A pesar de los resultados en las elecciones argentinas, incluso la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, expresó su apoyo a Milei y su famosa motosierra.
El populismo y un buen gobierno rara vez van de la mano. Los populistas a menudo luchan por mantenerse en el poder, y su popularidad puede disminuir rápidamente si no cumplen con las expectativas de la gente.
Sin embargo, en momentos de agitación económica y desesperación, el populismo siempre encuentra espacio.
En este contexto, es esencial mencionar cómo los medios desempeñan un papel crucial alimentando al monstruo. Los medios, unos más que otros, han contribuido a hinchar el fenómeno populista. Se han dejado llevar por la magnitud de la audiencia en las redes sociales y la capacidad de movilización durante la campaña de candidatos extremistas.
Han convertido la política en un espectáculo televisivo, impulsado por la era digital, donde los personajes extremos y disruptivos atraen a las masas en busca de clics y notoriedad. Luego, a raíz de los últimos resultados, es algo a reflexionar y mejorar.
Como vemos desde la crisis financiera de 2008, figuras políticas similares a Trump y Bolsonaro han continuado surgiendo, incluso en democracias establecidas.
La recuperación de la economía global de los desafíos de las últimas décadas puede marcar el fin de esta tendencia, pero es probable que ese día aún no esté cerca.
Para superar el populismo, es crucial que los partidos convencionales se comprometan más con los problemas de la gente y restauren la confianza en la política, incluso en medio del desencanto.
La pasividad política puede llevar a la erosión de los avances en derechos y bienestar en un abrir y cerrar de ojos.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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