Han pasado más de 100 años de la mayor tragedia naval del siglo XX cuando el famoso Titanic chocaba con un iceberg y se hundía en el fondo del mar. El mito del legendario buque que se creía “insumergible” sigue vivo a día de hoy despertando el interés de muchos.
De tantas lecciones que ha dejado el Titanic es que aun injustamente en las posibilidades de salvar la vida humana también afecta la condición social. En un balance de víctimas y sobrevivientes: de 329 pasajeros de primera clase a bordo. 199 sobrevivieron. Había 285 pasajeros de 2ª clase a bordo. 119 sobrevivieron. Había 710 pasajeros de 3ª clase a bordo. Sólo 174 sobrevivieron. Poco sabían los ciudadanos que habían pagado ese pasaje de ocho libras de tercera clase – entonces el equivalente a la renta de un año en un apartamento en un barrio obrero – era un boleto para su muerte.
Estos días el destino ha querido que en el mismo tiempo coincidan varios naufragios que ponen de relevancia que en la vida y la muerte sigue habiendo clases sociales.
Por un lado, un submarino turístico de lujo que explora los restos del Titanic desaparece en el Atlántico. Las labores de búsqueda del sumergible desaparecido con cinco personas a bordo continúan contra reloj.
El barco de OceanGate, conocido como Titan, suele llevar turistas y expertos que por un coste superior a los 250.000 dólares por persona, llevan al lugar donde, a casi 4.000 metros de profundidad, están los restos del Titanic, a 600 kilómetros de las costas de Canadá.
Nadie desea esta desgracia pero puede que los pasajeros en sus ansias de experiencias exóticas no han calculado los riesgos que siempre hay cuando emprenden una aventura a miles de metros bajo el mar y en una localización inhóspita.
En su caso para el rescate de las personas a bordo se están desplegando todos los recursos humanos y económicos disponibles. EE.UU y Canadá envían aviones y embarcaciones para buscar el submarino desaparecido.
De otro lado, el naufragio en Grecia de un polizón con casi 700 personas, de las que se calcula hasta 600 personas podrían haber muerto en el desastre. Había hasta 100 niños en el barco.
El naufragio del mar Jónico destapa las vergüenzas de las políticas migratorias en tanto en cuanto hay testimonios que denuncian cómo los migrantes se expusieron al retraso de la activación del operativo de rescate.
En medio del mar Jónico, abandonados por las patrulleras griegas, solo se han rescatado con vida a ciento cuatro personas. : “Quizá nunca sepamos cuántas personas han muerto” han declarado las autoridades de Atenas.
Igualmente estos días en las Islas Canarias son dramáticos tras llegar ocho pateras: de nuevo se ha saldado con muertos y cuerpos desaparecidos en el mar.
Estos hechos contrastados ponen de relieve las contradicciones sobre el valor de la vida, los recursos humanos y económicos en su rescate, y la atención mediática que merecen unos y otros a los ojos de la sociedad.
Mientras vivimos atónitos el espectáculo retransmitido en directo del naufragio del Titan – y del que en las redes ya se habla merece ser rodado en película por James Cameron – los otros naufragios pasan prácticamente desapercibidos..
Parece mentira que pasado el tiempo se repitan los mismos acontecimientos y las mismas actitudes humanas. Todas las vidas humanas tienen el mismo valor y merecen el mismo respeto.
En última instancia cuando menospreciamos unas vidas respecto a otras estamos devaluando la democracia. Por eso es tan necesario dar un trato justo e intentar salvar todas las vidas posibles porque está es la mejor forma de reivindicar los valores humanos y democráticos.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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