jueves, 28 septiembre 2023

Saber lo que comemos. JORGE DOBNER

EDITORIAL ¿Sabemos lo que comemos? / / 

Esta semana la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha publicado una nueva guía con recomendaciones sobre los edulcorantes no azucarados, en la que desaconseja cierto uso de aditivos como el aspartamo, la sacarina o la estevia para controlar el peso corporal o reducir el riesgo de enfermedades no transmisibles.

Ya lo dijo el filósofo y antropólogo Ludwig Feuerbach con su célebre frase “somos lo que comemos”, pero ¿Realmente sabemos lo que comemos?

Con una industria alimentaria masiva donde la globalización ha llevado a una mayor diversidad en la oferta de alimentos, pero también a un mayor descontrol sobre la procedencia y manufactura de los productos alimentarios, ciertamente los consumidores no sabemos con plena certeza si nos alimentamos adecuadamente para nuestra salud.

La polémica sobre los edulcorantes no es nueva, ya hace algunos años ha habido demandas millonarias en los EE.UU a compañía de bebidas ‘light’ que usaban edulcorantes como el aspartamo. No sólo pueden llevar a engaño a los consumidores haciéndoles creer que ayudarán a perder peso, sino que pueden condicionar negativamente la salud.

La FDA (Food and Drug Administration: Administración de Alimentos y Drogas) vetó la utilización del ciclamato sódico (E-952) en alimentos en 1969 tras un estudio que concluyó que el edulcorante artificial podría ser cancerígeno si se consume en cantidades muy elevadas.

Pero son muchas otras las dudas que se ciernen sobre una industria alimentaria que peca de opacidad. Se trata de uno de los sectores a los que más se exige en materia de salud, pero muy pocas son las compañías que dedican sus esfuerzos en transparencia al 100%.

No en vano las denuncias a distintas compañías alimentarias han sido continuas. Por ejemplo hace algunos años una conocida empresa de alimentación infantil fue denunciada por incorporar aceite de palma en sus productos, demostrado por su baja calidad nutricional y el perjuicio para el medio ambiente. Ciertos estudios muestran que el aceite de palma eleva el colesterol y otros lípidos en la sangre, puede contener sustancias tóxicas cancerígenas y genotóxicas.

El ser humano dentro de la cadena trófica somos el principal consumidor y gran productor, pero también corremos el riesgo de absorber finalmente dichas sustancias magnificadas. A través del fenómeno de la bioacumulación aumenta la intensidad según el nivel del organismo dentro de la cadena alimenticia. El ser humano se ubica en el nivel más alto de esta cadena.

Lógicamente es entendible y necesaria la preocupación por los alimentos que consumimos ¿Qué pasa con las granjas intensivas de animales? ¿Qué alimentación ingieren los animales y qué medicamentos se les suministra? ¿Qué efectos tienen los conservantes de los productos manufacturados? Son muchas las preguntas que no tienen aún respuesta clara, y sin embargo deberían exigirles por las autoridades pertinentes.

Claro que hay una regulación para evitar la toxicidad inmediata de los productos alimentarios y que estos se encuentren en perfecto estado de consumo, pero igualmente sería importante una regulación a nivel internacional sobre los efectos de los productos en la salud a medio y largo plazo según los componentes que lo forman. Se trata de un ejemplo de transparencia que se debería pedir a todas las compañías.

Con la transparencia en información acerca de la composición saludable o no de los productos el consumidor podría ser más consciente de lo que le conviene o no ingerir, y así en consecuencia actuar en su libre albedrio.

Recientemente hemos conocido que en algunos estados de EE. UU están tomando medidas enérgicas contra las sustancias químicas tóxicas en los alimentos procesados ​​y los cosméticos.

El Comité de Privacidad y Protección al Consumidor terminaría con el uso de aceite vegetal bromado, bromato de potasio, propilparabeno, tinte rojo No. 3 y dióxido de titanio en productos alimenticios populares vendidos. Estos productos químicos están relacionados con problemas de salud graves, incluido un mayor riesgo de cáncer, daño al sistema nervioso e hiperactividad.

Pero ¿Cuánto tiempo millones de consumidores han tomado estos productos sin saber lo pernicioso que eran? ¿Cuántos otros millones de consumidores siguen ingiriendo porque en sus países no han tomado aún medidas?

Nos estamos envenenando sin darnos cuenta, no es extraño el aumento de alergias y enfermedades raras que surgen si consumimos productos con tantos tóxicos y que no puede asimilar nuestro cuerpo.

Las consecuencias negativas son posteriores y a veces irreversibles, por eso cuando hablamos de salud una regulación internacional que afecte a todos los países y que ponga a todos los organismos de acuerdo es necesaria.

Por nuestra parte los consumidores tenemos la oportunidad de valorar más en la medida de lo posible los productos de proximidad de las tiendas de barrio y cooperativas, que nos ofrecen productos de calidad y que conocemos ciertamente su origen.

Nadie mejor que los tenderos y los productores locales para informarnos de primera mano de los alimentos que producen. Esto es un seguro de vida.

JORGE DOBNER
Editor
En Positivo

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