8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. Lo que antes era una celebración que unía a todas las mujeres se está convirtiendo en lo opuesto a su propósito. Esta festividad mundial reivindica el movimiento por los derechos de las mujeres, llamando la atención sobre temas como la igualdad de género, los derechos reproductivos y la violencia y el abuso contra las mujeres.
El primer Día Nacional de la Mujer se celebró en los Estados Unidos el 28 de febrero de 1909. El Partido Socialista de América designó este día en honor a la huelga de trabajadoras de la confección de 1908 en Nueva York. El movimiento llega a Europa en 1910. La Internacional Socialista, reunida en Cophenhague, invitó a cien mujeres de diferentes países. Allí se propuso celebrar en marzo un día de la mujer para luchar por obtener el sufrago universal femenino.
La fecha definitiva se fijó en el contexto de la I Guerra Mundial. Tras la caída del Zar en Rusia en 1917 y en el contexto de los movimientos de sublevación tras la Revolución Rusa, el gobierno interino aprobó el voto femenino el 23 de febrero, día que pasó a ser fiesta en todo el país. Anuncia la ONU, que en base al calendario gregoriano, el 23 de febrero en Rusia correspondía al 8 de marzo.
Varias generaciones de mujeres han luchado por sus legítimas conquistas: el derecho al voto, educación, emancipación, derecho al empleo, derecho a decidir, libertad e igualdad. Ha costado mucho llegar hasta aquí para que se ensombrezca el recorrido por divisiones feministas.
Sigue habiendo países donde las mujeres son sometidas por el patriarcado y sin embargo se levantan cada día para luchar dignamente por sus derechos. Es el caso de las mujeres en Irán que han conseguido unir a la mayoría de sociedad para luchar contra la dictadura. Hoy ellas están siendo un espejo en el que mirarse el resto de mujeres en el mundo.
En occidente igualmente se siguen dando pasos en la igualdad de derechos: salvar las brechas de género, conciliación, igualdad de salarios…en cualquier caso los pasos que se den nunca pueden ser socavando a otras mujeres y si aún no hay un consenso feminista mayoritario sobre determinadas cuestiones.
Los avances se han logrado de forma orgánica y contando con el beneplácito de la inmensa mayoría de las mujeres. Sin embargo en estos momentos en determinados sectores hay un afán de postureo y de colgarse medallas aun cuando ciertas medidas no tienen todavía el suficiente respaldo o desde algunas representantes son planteadas como un todo o nada.
No hay que negar que el feminismo postgénero de la Cuarta ola está generando cierta controversia que en las anteriores olas apenas hubo. Frente a esta división más bien parece que se tienen que replantear muchas cosas y retomar un consenso mínimo que vuelva a unir a todas las mujeres aun cuando algunas cuestiones tengan que ser momentáneamente aparcadas.
Lo peor es ver el esperpento en que están convirtiendo este día que debería ser de unión y que en su lugar es una batalla campal de insultos cruzados. Hace unos años nadie hubiera imaginado que algunos/as se arrogasen el feminismo y vertieran insultos a otras mujeres que han luchado por sus derechos.
La división parte en gran medida desde las instituciones y representantes públicos que lejos de mostrar un talante conciliador están tratando cuestiones complejas desde una forma absolutista. También al convertir el feminismo en una pancarta, en un caladero de votos, lo que incluye politizar el dolor ajeno por su causa electoralista.
En España estamos viviendo ya muchos meses de polémica a raíz de la fallida legislación de ‘la ley del sí es sí’, y también de otras cuestiones que a efectos legales están perjudicando a las mujeres cuando en su inicio el propósito era mejorar la situación.
La última desgraciada polémica es a razón del suicidio de las gemelas de Sallent (Barcelona) aún en investigación. Este suceso luctuoso está siendo políticamente utilizado aun sabiendo el daño que puede causar.
Estos días la ministra de Igualdad del gobierno de España, Irene Montero, se apresuraba para decir en un foro feminista que la niña que se suicidó en Sallent “se llamaba Iván”. Ahora, para zanjar una controversia que jamás debió existir –y menos alentada desde un ministerio–, los padres se han visto obligados a aclarar que “No se llamaba Iván, se llamaba Alana”.
Así lo explica el periodista Joaquín Luna en una reciente columna de opinión en La Vanguardia “Todas las meteduras de pata de la ministra Montero –prototipo de un feminismo institucional muy del postureo– solo hacen que fracturar y enconar diría que incluso al propio feminismo, a la vista de las divisiones de cara al 8-M”.
Si bien las representantes actuales no pueden lograr la unión que nunca tuvo que fracturarse puede que en meses venideros se necesiten nuevas caras para este cometido. Mujeres que ostenten un cargo público con un carácter más conciliador y empático, que trabajen por un consenso feminista de todas las mujeres.
Redacción
En Positivo
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