La sociedad pierde el sentido de las cosas cuando se valora más la forma que el fondo, se reproducen las palabras como un bucle sin atender su significado. En un mundo tan expuesto a las redes sociales el postureo lo impregna todo y puede condenarnos a mostrarnos con naturalidad, sin artificios e imperfectos.
¿Por qué la impostura se ha convertido en un valor de mercado? Dice en su último libro el psicólogo y crítico cultural Edu Galán que la impostura moral define nuestra época.
“La máscara moral” (Editorial Debate) es un lúcido análisis del baile de máscaras al que estamos asistiendo como sociedad. No pasa un segundo sin que veamos en nuestras pantallas a alguien (un político, un periodista, un influencer, un ser anónimo) exhibiendo sus cualidades personales o criticando las de otros. Y para ello vale cualquier artimaña: su propio cuerpo, su alimentación, sus causas benéficas, sus mascotas, sus hijos o sus mayores.
Galán explica cómo el neoliberalismo y la masificación de las nuevas tecnologías han redefinido nuestra forma de relacionarnos basándose en el control moral del otro, han esterilizado nuestra cultura y han trastocado la función evolutiva de la moral: desde la cohesión grupal hasta la actual exhibición individualista e hipócrita en un teatro con miles de máscaras donde todos los personajes quieren ser el protagonista.
“Vivimos en un mundo de ecos en el que la gente utiliza las palabras como si fuesen papagayos, sin entender su significado y el compromiso que implican consigo mismo y para con los demás” denuncia el critico cultural en una reciente entrevista para Ethic.
A esta impostura moral, argumenta Galan, se ha sumado un tipo de izquierda woke e identitaria que se aleja de la izquierda clásica y de las reivindicaciones que esta hacía sobre justicia social.
Esta izquierda woke que es producto del neoliberalismo “proviene de unas universidades norteamericanas, como afirma el documental El siglo del yo, de Adam Curtis, que recomiendo muy vivamente. Esta centralidad del yo, esta sentimentalización de todo, le viene muy bien al mercado neoliberal, que se centra en el individuo, en el que este es la medida de todo y donde al individuo se le hace creer que es ajeno a cualquier contexto (y en unas redes sociales en las que todos compiten por ser protagonistas).
Se ha convencido a la gente a través de esta ideología liberal, que es transversal. Se le dice lo mismo a un chaval de izquierdas que a un chaval de Vox: que tienen poder para cambiar la sociedad o para mantener la unidad de España y que todo está a sus pies, cuando todos sabemos perfectamente la influencia de las clases sociales”.
Cuando se está más pendiente de lo frívolo que lo importante se desvía la atención a temas morales cual inquisición. Es por eso que el crítico cultural se muestra contrario a los desvaríos de la cultura de la cancelación “hay que rebelarse contra eso y contra estos papanatas que niegan su existencia y que minimizan el impacto psicológico de la cultura de la cancelación”.
Dice que esta vigilancia moral que ejercen las élites y los políticos ha sido comprada con gusto por la gente cuando “se siente como el jurado o el juez de los procesos de las brujas de Salem. Se sienten moralmente elevados, con la sensación de que arreglan el mundo o le devuelven el orden. Sensaciones que son muy placenteras, pero claro, desde fuera se ve todo lo contrario.
Es arrasar los derechos de otras personas y es hipócrita, irracional y supersticioso; tiene todo aquello que desprecio” sentencia.
EDU GALÁN
Es un escritor, psicólogo, guionista y crítico cultural español. Es uno de los creadores de la revista satírica Mongolia junto al ilustrador argentino Darío Adanti.
Redacción
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