El derecho a unirse a conciudadanos en protesta o reunión pacífica es fundamental para el funcionamiento de cualquier democracia.
Las protestas son un catalizador del cambio social y son esenciales para la participación ciudadana en una democracia plena y pluralista. Permiten que individuos y grupos compartan sus puntos de vista e intereses, expresen disidencia y hagan demandas al gobierno u otras instituciones.
Aún en democracia algunos funcionarios de las fuerzas y cuerpos de seguridad y de los gobiernos muestran su disconformidad y tratan las protestas como un inconveniente cuando no son afines a sus intereses ideológicos, una perturbación que debe controlarse o una amenaza que debe extinguirse. Sin embargo la incomodidad propia de estas protestas –con independencia del signo político – es un buen síntoma de que una democracia funciona correctamente pues salvaguarda la libertad de reunión, manifestación y expresión.
Por agravio comparativo es más visible la diferencia de aquellos países – que aún con todas las fallas – sí gozan de una democracia imperfecta y de aquellos que sin embargo aún no han transitado hacia ese modelo.
Durante estos días hemos visto como por primera vez en décadas, miles de personas han desafiado a las autoridades chinas a protestar en las universidades y en las calles de las principales ciudades, exigiendo ser liberados no solo de las incesantes pruebas y bloqueos de Covid, sino también de la férrea censura y el control cada vez más estricto del Partido Comunista sobre todo aspecto de la vida.
En todo el país, “quiero libertad” se ha convertido en el grito de guerra de una oleada de protestas encabezadas principalmente por la generación más joven. “¡Dame libertad o dame muerte!” cientos de multitudes gritaron en varias ciudades.
No en vano desde hace años el país ha sido advertido por organismos internacionales para que las autoridades respeten las libertades legítimas de la ciudadanía. Esta semana a raíz de la fuerte represión del gobierno chino, la ONU y la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch (HRW) pidieron por separado que se respete el derecho de manifestación de los ciudadanos que protestan contra las restricciones impuestas de la covid-19.
El símbolo de las hojas en blanco que levantan los manifestantes es el ejemplo más palpable de hasta qué punto llega la censura como diciendo “¿vas a arrestarme por sostener un cartel que no dice nada?”
Frente a la fuerte presión internacional el gobierno chino se ha visto obligado a relajar las medidas restrictivas, pero demuestra que aun con todos los avances de su modelo socioeconómico, todavía está lejos de las garantías democráticas.
No obstante las autoridades evidencian cierta inteligencia rebajando las restricciones frente a unas protestas que podrían desembocar en una revolución china que en última instancia derrocara el gobierno.
De forma similar durante las últimas 12 semanas, el sentimiento revolucionario ha estado recorriendo las ciudades y pueblos de Irán. La agitación fue desencadenada por la muerte de Mahsa Amini., una joven kurda, el 16 de septiembre después de que fuera arrestada y sometida a torturas por la policía moral en Teherán. Todos los días hay nuevas manifestaciones, ya sea en las universidades, en las calles o en los cementerios donde son las víctimas enterradas por las balas y golpes de la policía.
A cada muerte la rebelión social es más fuerte, lo que ha propiciado una unión inesperada de los opositores al régimen. El movimiento tuvo un carácter feminista, pero también ha unido a ciudadanos de diferentes clases y etnias en torno a un deseo compartido de ver el fin de la República Islámica.
Las últimas en sumarse son las mujeres en la región conservadora de Irán, que ataviadas de negro se unen a las protestas, algo que en los grupos de derechos humanos se ha calificado como un movimiento poco común.
En los últimos meses y años hemos visto como diferentes países (Venezuela, Cuba, Rusia…) son sacudidos por las protestas permanentes a pesar de las graves represalias cuando en otros tiempos estas manifestaciones serían impensables.
Se están abriendo los ojos a los gobiernos a aceptar que sus gentes no son cómo creían que eran, que no se achantan frente a la censura, ni las mordazas, ni las agresiones.
Este despertar social está llamando a que los gobiernos acepten que los países no encajan en los marcos que habían imaginado, que pueden vivir de una manera diferente, que tienen derecho a la ciudadanía plena y que no son ciudadanos de segunda clase…y de forma muy determinante que acepten que sus sistemas necesitan una reforma fundamental en el avance de derechos democráticos.
El camino hacia la democracia no ha hecho más que empezar en estos países y las protestas que estamos viviendo son la chispa que ha encendido todo.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
Leer más: