Vivimos en un contexto particularmente complejo en que las prioridades deberían estar claras. Después de la crisis socioeconómica derivada de la pandemia, la guerra en Ucrania, el tensionado clima geopolítico y una aguda crisis energética es urgente minimizar las consecuencias negativas para sostener a los colectivos vulnerables y las clases medias.
El caso de uno de cada tres jóvenes estaba en riesgo de pobreza o exclusión social en 2021, según Oxfam. La inflación agranda las colas del hambre en los bancos de alimentos. Solo en España casi 7 millones de personas no pueden pagar la calefacción. El invierno es frio y las gentes esperan una respuesta positiva de sus dirigentes.
Cuando todos los esfuerzos deberían destinarse a subsanar estos problemas y mantener un Estado de bienestar hoy amenazado, hay una parte de la izquierda obsesionada por “la cultura de la cancelación”, entretenida con letanías nostálgicas, despistada en guerras culturales o a lo peor enzarzada en guerrillas propias.
Es cierto que hay una parte del espectro político muy interesada en cebarse ante al más mínimo error, pero no es menos verídico que esa parte de la izquierda se ha empeñado en cargar de razones a sus haters.
Así es como ha trascendido internacionalmente el fallo en el gobierno de España de la tramitación de la ‘Ley sólo sí es sí’, impulsada por la ministra de Igualdad Irene Montero. Obviando multitud de informes que estuvieron a su disposición y advirtieron de su mala formulación a todos los efectos. En su lugar ha tenido que salir al rescate la Fiscalía para evitar la rebaja de penas a violadores que a tales efectos está produciendo dicha ley.
En vez de reconocer parte de la culpa estos nuevos políticos de izquierdas acostumbran a echar balones fuera, subir el tono y hacer algarabías en su huida hacia delante. Todo pasa por estar más pendientes de colgarse la medalla en el afán de no perder protagonismo, aun cuando la tramitación de muchas leyes exige una maduración e importante desarrollo técnico.
Tras el incidente véase la reacción esperpéntica del que fuera vicepresidente del gobierno en España, Pablo Iglesias, “disparando” a diestro y siniestro. También a la que fue su compañera, Yolanda Díaz, la actual y serenísima vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social. En este caso otro de los objetivos de los furibundos ataques de Iglesias.
Llegó una “nueva” izquierda con varias buenas ideas pero que se quedaron en la portada de Ikea. Muchas veces se está demostrando la incapacidad, y por ende su frustración, de aterrizarlas desde el pragmatismo – especialmente necesario en la gestión política -.
Con ciertas actitudes confunden la política con los platós de televisión y las ansias de foco. Este tipo de vodevil ya no hace gracia. No solo aburren y provocan el hartazgo de los ciudadanos que están preocupados en sus problemas y lo que realmente importa, sino que ya cansan hasta sus propios correligionarios.
Así es como aparecen los populistas a diestra y siniestra Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro o Cristina Kirchner, especialistas en crear grietas, profundizar en la polarización de sus conciudadanos y hacer de ellos el eslogan “divide y vencerás”. A costa de seguir en el poder “su persona” son capaces de sembrar el caos allí por donde pasan, algo que está muy lejos de ser política.
Decía de estos que son expertos “grietólogos” por su capacidad de abrir grietas dentro de sus mismos espacios políticos. Toda ocasión la pintan calva para insultar, herir y desprestigiar de cara a la opinión pública para ganar cuatro votos de más; aun cuando pudieran ser personas con cierta coincidencia ideológica.
Cualquiera puede ser el enemigo y cuando no haya más que despedazar se devorarán entre ellos mismos. Es el grave error de parte de la izquierda que practica el canibalismo político.
Pero hay demasiados ejemplos de que la gente no soporta más. Ya en las últimas elecciones en Portugal los partidos a la izquierda, los socios minoritarios de la ‘geringonça’ fueron arrasados y el socialista Antonio Costa se alzó con una mayoría absoluta.
Cuidado que cuando terminen su fiesta caníbal, no se extrañen que luego no les quede nada.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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