jueves, 21 septiembre 2023

Hay una izquierda que quiere, ni por asomo, intentar siquiera ganar las elecciones. MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN

La izquierda que quiere perder.
Está convencida de que su objetivo en política consiste en cerrar filas, radicalizar su discurso atrincherándose en posiciones nostálgicas y priorizar la preservación de sus esencias antes que mirar de frente a los problemas sociales que afectan a todos.

Una de las historias más interesantes de las elecciones de medio mandato norteamericanas es la de John Fetterman, antiguo alcalde de Braddock, un pueblo industrial de Pensilvania, quien ha ganado su escaño de senador enfrentándose a un popular presentador republicano apoyado por Donald Trump. Lo sorprendente de Fetterman no es solo su apariencia dura, sino que ha hablado del aumento del salario mínimo, el derecho al aborto o la asistencia sanitaria para desactivar la retórica trumpista de su oponente. “Esta campaña siempre ha consistido en defender los derechos de los que han caído y se han vuelto a levantar. Se centra en el futuro de cada comunidad de Pensilvania, de cada pequeña localidad o de cada persona que se haya sentido alguna vez abandonada”, dijo después de ganar las elecciones.

Una de las lecciones de su historia es cómo ha desactivado el trumpismo canalizando en positivo las heridas sociales que los charlatanes, con su tono apocalíptico, convierten en resentimiento.

Fetterman no solo se dirigía a sus votantes, sino a todos los afectados por el desgobierno republicano. Y piensen ahora en lo que ocurre en la Comunidad de Madrid. Frente al desmantelamiento deliberado de la sanidad, se puede entrar a la gresca del comunismo o libertad o hablar de la mala gestión de un bien público. Porque algo que parecía claro tras la pandemia es que todos debemos tener acceso a la atención médica, con independencia de que podamos pagarla o no, una lógica moral que es incompatible con dejar la atención sanitaria en manos del santo mercado. “Voté a (Isabel Díaz) Ayuso, pero esto que hacen en Madrid es de incompetentes”, decía una médica de Guadarrama agredida por no poder imprimir una receta. ¿Tendrá la oposición un discurso para ella? Es más, ¿quiere la izquierda interpelar a este tipo de personas?

Hay una izquierda convencida de que su objetivo en política consiste en cerrar filas, radicalizar su discurso atrincherándose en posiciones nostálgicas (por ejemplo, anti OTAN) y priorizar la preservación de sus esencias antes que mirar de frente a los problemas sociales que afectan a todos.

Esta izquierda centrada en lo de siempre (el poder orgánico de los partidos) no habla de cómo el discurso sobre la cultura del esfuerzo, ese que exalta a los falsos triunfadores, debilita impunemente la solidaridad, como nos recuerda el pensador Michael Sandel: “Si solo nos importa ayudar a los más capaces a ascender hacia el éxito, podemos no percatarnos de que los peldaños de la escalera están cada vez más separados”. Y como aquí va todo de lanzar improperios, ni siquiera se desmonta el argumento idiota de que el cambio climático es un negocio comunista, en lugar de un fenómeno que debería implicar la más gigantesca transformación de nuestra economía, para no empobrecernos de pura estupidez.

En fin, digámoslo claro: hay una izquierda que quiere ganarse el cielo de los justos sin perder las migajas de su confortable chiringuito, pero no quiere, ni por asomo, intentar siquiera ganar las elecciones.

MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
Publicado en: EL PAÍS

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