Progresistas, extremistas y facciosos
Ante el crecimiento de la extrema derecha, los partidos leales a la democracia deberían preguntarse qué es lo que han hecho mal para que se produzca este renacimiento del autoritarismo.
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Una reflexión tranquila me llevó no obstante a la convicción de que la pandemia política que devasta las democracias occidentales tiene sobre todo que ver con la ineficacia del sistema para defenderse de sus propios demonios interiores.
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Hoy los voceros del populismo agitan la frustración identitaria y los órganos de representación del Estado de derecho son asaltados por la avidez del poder.
Bajo el pretexto de potenciar una democracia deliberativa, la apelación a las masas, la reivindicación de la gente como sujeto político, y la fragmentación de opiniones y sentimientos difundidos a través de las redes sociales, han terminado por favorecer los extremismos de uno y otro género.
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Ante la crecida de la extrema derecha, los partidos leales a la democracia deberían preguntarse qué es lo que han hecho mal para que se produzca este renacimiento del autoritarismo, la atracción por las soluciones de fuerza, y la tendencia a suponer que el fin justifica los medios, patente en el comportamiento de muchos gobiernos de la Unión Europea y hasta en el de las instituciones de la misma.
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Los partidos políticos son esenciales para que la democracia funcione. Sin ellos es imposible garantizar las libertades y los derechos de los ciudadanos. Pero deben defenderse de sí mismos si quieren perdurar.
Cuando se convierten en pandillas, subvencionan la obediencia, castigan la discrepancia y promueven la admiración injustificada hacia sus jefes, no solo ponen en peligro su futuro sino el de todo el sistema.
Por desgracia, en ocasiones, tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda acaban además por convertirse en la cuadrilla de la porra.
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JUAN LUIS CEBRIÁN
Artículo completo: EL PAÍS
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