¿A quién beneficia una guerra? Desde luego no a los miles de inocentes, civiles indefensos que se ven envueltos en un conflicto que les arrebata sus casas, sus posesiones, su vida y familia. La guerra está hecha por los de arriba y la pagan los de abajo.
Desde la invasión de Rusia a Ucrania se ha saldado con al menos 47.000 muertos, 15 millones de desplazados, al menos 2,3 millones de edificios destruidos, aproximadamente 600 mil millones de dólares en daños materiales según datos de Reuters.
Desde hace meses la maquinaria militar de ambos lados está dispuesta a la guerra, con Rusia trasladando tropas y equipos hacia Ucrania y la OTAN enviando refuerzos a Europa del Este.
EE.UU dispuso de soldados de Fuerzas Especiales entrenando en Ucrania, Dinamarca envió aviones de combate a Lituania y una fragata al Báltico, Francia ofreció sus tropas a Rumanía y España envío un buque de guerra al Mar Negro.
Igualmente unas 2.000 de las armas británicas, conocidas como MBT-NLAW, o armas antitanque ligeras de próxima generación de Main Battle Tank, se enviaron para la guerra. Desarrollados como un proyecto conjunto sueco-británico, las MBT-NLAW son fabricados por Saab y se lanzan desde el hombro para usarlos contra tanques a una distancia corta de hasta 200 metros, lo que los convierte en un sistema de último recurso. Las NLAW ya se han vendido a diez países.
Uno de los aspectos menos obvios de la crisis actual es que, si bien esta venta se realiza por sí sola, con su rápida exportación a Ucrania, contribuirá bastante a promover el potencial de los NLAW, una guerra real es aún más útil para impulsar las ventas, especialmente si las NLAW resultan ser efectivos contra los últimos tanques rusos.
De hecho, una práctica de venta común después de las guerras es aumentar la comercialización de cualquier arma utilizada durante el conflicto. Por ejemplo el caso de la guerra Malvinas-Falklands es paradigmático. Al principal misil de defensa aérea de largo alcance de la Royal Navy fue el Sea Dart se le atribuyó la destrucción de ocho aviones en las Malvinas y, poco después de la guerra, sus creadores, British Aerospace, modificaron el anuncio estándar de Sea Dart en las revistas militares simplemente superponiéndolo como “Probado en combate”.
La OTAN y Rusia ostentan más de la mitad del presupuesto militar anual de 2 billones de dólares del mundo.
Aparte de todo lo demás, tales ejércitos son burocracias masivas, con un requisito básico para sobrevivir y prosperar y, al hacerlo, necesitan una gran financiación, que, a su vez, alimentan con grandes sumas a las empresas de armas.
Toda la estructura militar genera un impulso formidable que actualmente empeora aún más por la necesidad de los países cuando la guerra sirve de cortina de humo para desviar la atención de los problemas de la política interna.
Las compañías petroleras y los fabricantes de armas ya están obteniendo ganancias de la invasión ucraniana. Las acciones de Lockheed Martin y Northrop Grumman, dos de las empresas de defensa más grandes de EE.UU, aumentaron un 20 % en la semana posterior a la invasión, y los precios de la gasolina en EE. UU alcanzaron un récord de 4,33 dólares el galón.
La guerra es muerte y destrucción para unos, pero también especulación y un enorme negocio para otros. De lo contrario las sucesivas guerras y sus consecuencias deberían haber sentado un precedente para evitarlas.
Por eso resulta del todo desproporcionado los fastos a causa de la Cumbre de la OTAN en Madrid donde se han desplazado delegaciones de 40 países reunidas durante dos días frenéticos en el centro de la capital del Estado, blindada a cal y canto.
Un evento lejos de lo que se vive en la calle y planteado más como una celebración que ha supuesto un coste de 50 millones de euros a cargo del contribuyente. No hace falta decir los hospitales o escuelas que se podrían construir con el montante.
Ostentación, contaminación en los desplazamientos, desigualdad (cuatro mujeres y el resto hombres indican la descriptiva composición del poder) evidencian una vez más el distanciamiento de las élites respecto a las exigencias que se le demanda al pueblo; que tanto predican pero ellos no aplican.
Es evidente que en estos momentos es irreal la disolución de OTAN – es más vamos por el camino contrario – pero se apreciarían más los esfuerzos porque el propio organismo transitara a medio y largo plazo hacía una estrategia diferente más disuasoria; algo que debería haber comenzado desde hace tiempo.
La OTAN se define como la alianza de países de Europa y Norteamérica y sirve teóricamente para consultar y cooperar en el campo de la defensa y la seguridad y realizar juntos operaciones multinacionales de gestión de crisis.
Es necesario invertir más en innovación y diplomacia que en la carrera armamentística, pero para ello es necesario un giro de 180 grados por parte del organismo que puede venir a partir de la presión de la ciudadanía.
Las comunidades de clase trabajadora siempre se llevan la peor parte en una economía de guerra. Sin embargo, algunos de sus políticos locales y nacionales y sus patrocinadores adinerados presionan de tanto en cuanto para tomar medidas más agresivas en los conflictos.
La ciudadanía también puede presionar pero solo desde una movilización masiva para que estos lobbies interesados tengan cada vez menos fuerza.
Cuando la guerra se trata de dinero este debería invertirse en programas sociales y en nuestras comunidades.
No debemos temer recortar el presupuesto militar ya que las comunidades fuertes, concienciadas y saludables hacen unas naciones fuertes.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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