Estos días se han celebrado en España las elecciones autonómicas al Parlamento de Andalucía. Además de amanecer con la victoria por mayoría absoluta de los conservadores, el otro dato más relevante es la alta abstención que se ha experimentado con el 41 % de los votantes censados que declinaron la idea de votar.
Igualmente en Francia, aunque no tan acusado, la participación en la segunda vuelta de las legislativas ha caído ligeramente y se sitúa en el 38,11%. En cualquier caso, los datos vienen a confirmar la tendencia a una abstención creciente en Francia elección tras elección. En la otra cara de la moneda sí que se experimentó una alta participación debido a la movilización de potencial electorado de izquierda.
El fenómeno del abstencionismo desde luego no es nuevo y ha oscilado a lo largo de la historia en distintos países. El escaparate electoral depende tanto de la demanda como de la oferta, tanto de las predisposiciones ciudadanas como de las actuaciones estratégicas de los partidos en democracia.
Para entender los distintos niveles de participación hay que atender las ideas de los ciudadanos sobre sus instituciones, así como los esfuerzos movilizadores realizados por los partidos, medios de comunicación y restantes actores sociopolíticos.
Tradicionalmente se consideró a las zonas rurales como ámbitos especialmente propicios para la abstención. La menor presencia de agentes movilizadores y, en algunos casos, la presencia de población dispersa, con el consiguiente efecto disuasorio.
Según los expertos en el mundo rural tiene más fuerza el componente del voto como «deber cívico» con la comunidad, mientras que en muchos núcleos urbanos la decisión de ir a votar o no sería mucho más táctica e instrumental en función de la coyuntura del momento.
Como ejemplo en estas elecciones andaluzas hemos vuelto a ver un claro abstencionismo rural seguramente al percibir una desconexión de los políticos con las necesidades del mundo rural. La conocida como España vaciada y olvidada siente el agravio ante la falta de suficiente compromiso político.
En su momento con la mejora de las comunicaciones y de las redes de información desapareció prácticamente las razones que justificaban la mayor abstención rural. Pero hoy los nuevos problemas exigen nuevas soluciones.
También hay incidencia estadística al considerar las diferencias de abstención por edades, con los jóvenes como el sector más abstencionista y una mayor participación de los adultos.
Es tanto el desinterés de los jóvenes por cuestiones políticas como la falta de implicación de los representantes en atener específicamente los problemas de esta generación con paro elevado, trabajo precario, problemas para emanciparse y más pobre que sus padres.
Asimismo los trabajadores no votan menos allí donde están mejor representados, y que las mujeres han ido participando más a medida que sus voces, cuota de representación femenina y sus problemas se han ido planteando más en las instituciones.
La identificación ideológica, a favor o en contra de los elementos de los partidos, así como una valoración aceptablemente positiva de funcionamiento del sistema político o alguno de los actores parece motivo suficiente para votar.
Lo que está ocurriendo es que la identificación es cada vez menor, no ya con los partidos y eventuales líderes, sino ya con el sistema. En la medida que crece la brecha entre políticos y ciudadanía el abstencionismo está creciendo.
El abstencionismo es el último reducto de protesta para deslegitimar el sistema. Hay un hartazgo importante cuando se percibe a los políticos, la conocida “burbuja política” como un problema y cuando las exigencias se aplican siempre a la gente de a pie sin que los políticos se vean afectados por las crisis socioeconómicas del país.
Lo paradójico es que representantes salidos del pueblo debieran mostrar más intereses de forma no solo teórica sino práctica en situarse a la misma altura de la ciudadanía, empatizar y hacer también sacrificios si el contexto lo requiere.
El pueblo percibe una visión utilitarista de sus representantes en la medida que se acercan las elecciones y hay una mayor implicación por atender cuestiones o hacer promesas sobre cuestiones pendientes.
La responsabilidad de los representantes e instituciones es volver a ilusionar a la ciudadanía para que se sienta lo suficientemente escuchada para salir de sus casas e ir a votar.
Esto puede significar también cambios valientes en el sistema para avanzar en la democracia, aligerar los gastos políticos, e interpelar a los ciudadanos con más consultas acerca de la inversión pública sobre sus impuestos.
Se necesitan más representantes políticos concienciados, que vengan de abajo y con una trayectoria profesional fuera de la política y no meros burócratas o instrumentos del aparato político más pendientes de los intereses partidistas que de los problemas de la calle.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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