En los años 70 del siglo XX, la era del capitalismo industrial fue dando origen de este lado del Muro de Berlín al capitalismo financiero. El protagonismo se fue desplazando de las fábricas a los bancos progresivamente. Y desde hace tiempo el llamado tecnocapitalismo domina la escena internacional, entendiendo los cambios en el capitalismo asociados con el surgimiento de nuevos sectores tecnológicos, el poder de las corporaciones y nuevas formas de organización.
La estructura única del capitalismo tecnológico contribuye a innovaciones explosivas y sólidas. A diferencia de las pequeñas empresas tradicionales, las nuevas empresas tecnológicas tienen acceso a una cantidad de capital casi ilimitada, casi como un cajero automático, siempre que sigan innovando y haya un mercado para su producto.
A medida que las empresas tecnológicas se hacen cada vez más grandes y cubren casi todos los aspectos de nuestras vidas, el capitalismo tecnológico se enfrenta a un escrutinio cada vez mayor, como las preocupaciones por la privacidad y las supuestas prácticas anticompetitivas.
Estas nuevas organizaciones también dependen en gran medida de la apropiación empresarial de los resultados de la investigación como propiedad intelectual.
Luis Suárez-Villa en su libro “Globalización y tecnocapitalismo: la economía política del poder corporativo y dominación tecnológica”, relacionaba el surgimiento del tecnocapitalismo con la globalización y el poder creciente de las corporaciones tecnocapitalistas.
Teniendo en cuenta las nuevas relaciones de poder introducidas por las corporaciones que controlan el tecnocapitalismo, considera nuevas formas de acumulación que involucran intangibles —como la creatividad y el nuevo conocimiento— junto con la propiedad intelectual y la infraestructura tecnológica.
Esta perspectiva sobre la globalización —y el efecto del tecnocapitalismo y sus corporaciones— también tiene en cuenta la creciente importancia global de los intangibles, las desigualdades creadas entre las naciones a la vanguardia del tecnocapitalismo y las que no lo están, la creciente importancia de los flujos de fuga de cerebros entre naciones, y el surgimiento de lo que él llama un complejo tecno-militar-corporativo que está reemplazando rápidamente al antiguo complejo militar-industrial de la segunda mitad del siglo XX.
Estas últimas semanas conocíamos el culebrón de la supuesta compra de Twitter por parte de Elon Musk. Luego de que el viernes pasado el CEO de Tesla dijese que iba a poner en suspenso la compra de la red social por 44 mil millones de US$, las acciones de la compañía cayeron rápidamente. No es la primera vez de un tuit de Elon. De hecho, las propias acciones de Twitter habían subido casi 5% en un día cuando se anunció la compra. Pero si nos vamos un poco más atrás, en enero de este año, la compañía Signal Advance Inc. subió un 526% el valor de sus acciones en el mercado por dos palabras tuiteadas por Musk: “Use Signal”. Incluso cuando ni siquiera se refería a la compañía en cuestión, sino a un servicio de mensajería, tal y como cuentan en un artículo de la revista Perfil.
Así es cómo explican que “estos hechos que incluso rozan lo cómico, nos permiten poner de manifiesto el creciente poder de los individuos –o de algunos individuos– por su influencia en el capitalismo del siglo XXI. Las redes sociales y la crisis de las instituciones intermedias –entre ellos, los medios de comunicación–, le asignan un gran poder a algo tan aparentemente efímero como el número de seguidores de alguien”.
Todo tiene sus oportunidades pero también sus amenazas, sirve como una forma de emancipación pero también de dominación. En el libro “Technology and Democracy: Toward A Critical Theory of Digital Technologies, Technopolitics, and Technocapitalism” del académico de teoría critica Douglas Kellner habla de las múltiples caras del tecnocapitalismo, sus luces y sombras.
Subraya la necesidad de una teoría que pueda mejorar los extremos de las características positivas y negativas de la tecnología. Tal teoría puede generar una posición más inclusiva de la tecnología como central para la vida humana y moldeada por las relaciones sociales en contextos económicos, políticos y culturales específicos.
Al igual que el capitalismo ha planteado la necesidad de regulaciones para evitar el abuso y fraude en manos de unos pocos, el tecnocapitalismo plantea el mismo dilema. Invariablemente la acumulación, extracción y centralización de ganancias, poder, riqueza y propiedad privada en servicio de una aristocracia capitalista gobernante conduce a más desigualdades.
De no existir regulaciones cuando los propietarios de los conglomerados tecnológicos se sirven de nuestros datos para su explotación, este tecno capitalismo puede caer en las antiguas formas feudalistas donde había unos pocos señores y el resto vasallos.
Redacción
En Positivo
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