jueves, 01 junio 2023

Edadismo y la deuda pendiente con las personas mayores. JORGE DOBNER

Las tecnologías digitales impregnan todos los aspectos de nuestra vida. En los últimos años, hemos visto la digitalización de la vida cotidiana por altos niveles de innovación tecnológica. Internet es uno de los ejemplos más importantes de la tecnología digital moderna.

Sin embargo a medida que el acceso a Internet se ha generalizado en todo el mundo; se ha observado el incremento de una brecha digital entre adultos jóvenes, naturalmente alfabetizados digitalmente, y personas mayores, que no han crecido usando estas tecnologías.

El acceso a Internet, o la falta de este, es solo un aspecto de la participación en el mundo digital. El término desigualdades digitales describe esta brecha digital multidimensional que implica el dominio de habilidades, apoyo social y autopercepción.

La desigualdad digital se refiere no solo a estar “adentro” o “afuera” en términos de acceso a las tecnologías digitales, sino también a participar activa o pasivamente en la sociedad digital.

Naturalmente la digitalización ha traído buenas oportunidades y se ha vuelto cada vez más importante para las personas y muchas organizaciones migrando a los servicios digitales e innovando nuevos enfoques.

Durante la pandemia en las semanas de confinamiento las nuevas tecnologías han sido un salvavidas para mantener el contacto y preservar las relaciones existentes.

Pero para otros, la falta de conexión online y/o de competencias digitales ha sido una barrera importante, creando desafíos para acceder a los servicios, desde la banca hasta las compras, y agravando el impacto del confinamiento en sus relaciones sociales. Para aquellos cuya red de apoyo ya era pobre, el desafío y el impacto de la soledad han sido mucho más marcados.

En el caso de la participación en Internet, la exclusión significa la exclusión de una sociedad dominada por Internet y las tecnologías digitales en muchas áreas de la vida cotidiana. La exclusión de la participación en estos espacios digitales de la vida cotidiana en algunos casos conduce a un sentimiento de exclusión social.

El convertir la sociedad cada vez más digital o únicamente digital perpetúa la discriminación por edad, es decir, los mayores que no usan la tecnología son vistos como extraños.

Esta visión discriminatoria recibe el nombre de edadismo, término acuñado por Robert Butler en la década de los 60 para referirse a los estereotipos y prejuicios existentes en relación a la edad.

Si bien las personas mayores puede que no dominen los aspectos de la tecnología digital; sin embargo tienen otras muchas capacidades y conocimientos que aportar a la sociedad, y que de no ser por ellos se perderían.

El ejemplo de Carlos San Juan en España,  un médico jubilado e impulsor de la campaña ‘Soy mayor, no idiota‘, recogió cerca de 650.000 firmas para reclamar un trato más humano a la banca y ha conseguido algunos logros tras reunirse con la ministra Nadia Calviño.

Entre sus éxitos, una ley, “que podría estar consolidada en junio”, que incluye la creación de la figura del defensor financiero, o un protocolo suscrito por la banca que contempla, entre otros asuntos, la ampliación de horarios de las sucursales bancarias “y, por tanto, una atención más humana” o la resolución del problema de las citas previas.

Pero esta exclusión se extiende a todos los sectores, también a la Administración y la Sanidad donde los trámites cada vez son menos presenciales. No es limosna sino conservar los legítimos derechos de quienes pagan vía impuestos unos servicios dignos.

Debido a esta desprotección no es de extrañar el surgimiento de partidos como Tercera edad en acción, cuyo objetivo es defender los derechos de los mayores de 50 años, incluidos jubilados, pensionistas y viudas.

La sociedad tiene una deuda pendiente con las personas mayores que en las sucesivas crisis han sido sostén de familias enteras.

Por lo tanto, la sociedad debe trabajar en conjunto para minimizar el riesgo de exclusión social en relación con los contenidos digitales en Internet. Esto significa que todos pueden ayudar a evitar esta doble exclusión de los adultos mayores, siendo sensibles a la brecha digital y brindando interacción social a través de tecnologías “antiguas” como el teléfono o las cartas, sin olvidar la necesaria atención presencial.

JORGE DOBNER
Editor
En Positivo

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