domingo, 02 abril 2023

El buen uso de la tecnología en los procesos políticos. DANIEL INNERARITY

A lo largo de la historia la tecnología ha sido una aliada del ser humano para lograr nuevos progresos. Sin embargo hoy es tanta la capacidad inteligente de las máquinas que en los escenarios proyectados por la ciencia ficción hay quien puede ver una amenaza de un mundo supeditado a los designios de las máquinas.

El buen o mal uso de estas tecnologías dependerá en todo caso de nuevas regulaciones que garanticen la protección de los derechos fundamentales de la ciudadanía.

Cada vez tenemos a nuestra disposición más tecnologías que aún no entendemos completamente y mucho menos controlamos. Estas tecnologías todavía son demasiado jóvenes como para saber con claridad qué impacto van a tener sobre la organización política, pero algunas consecuencias ya pueden ser identificadas y se está debatiendo en torno a ellas.

El filósofo Daniel Innerarity hablaba recientemente en un artículo para La Vanguardia sobre la tecnología de la democracia de la necesidad de considerar las relaciones entre tecnología y sociedad a partir de las ideas del condicionamiento.

Esta relación es ineludible pero tenemos que saber cómo llevarla a cabo. Innerarity viene analizando de hace tiempo las aplicaciones de las máquinas en las instituciones y sus posibilidades para mejorar el sistema democrático.

“Las máquinas y las instituciones tienen mucho en común e igualmente el modo como nos relacionamos con ellas. Podemos establecer un paralelismo entre nuestra actitud hacia la tecnología y la crisis de representación política, entre la sospecha popular frente a la creciente sofisticación tecnológica y el deseo populista de recuperar el control político supuestamente perdido en la cadena de la delegación.

Es muy razonable aspirar a que ni la técnica ni los políticos escapen de nuestro control, pero hay que ver cómo lo hacemos para que ni la técnica ni los políticos controlados de cualquier manera anulen la prestación que esperamos de ellos” esgrimía el filósofo para el diario El País.

De un lado Innerarity dice que las máquinas sirven para la delegación del control: “La tecnología y las instituciones nos ayudan a lidiar con la complejidad. En los dos ámbitos realizamos una gran cantidad de delegaciones que implican una renuncia a controlar o, al menos, una limitación de nuestro control.

El mejor funcionamiento y la seguridad de ciertas máquinas con un determinado nivel de complejidad sería imposible si los humanos nos empeñáramos en incrementar nuestro control sobre ellas, si no estuviéramos dispuestos a renunciar a una parte de nuestra soberanía tecnológica. De ahí que cedamos control a los coches, a los aviones, a los sistemas de calefacción y refrigeración, a los drones, a las contraseñas y, en el plano social y político, a los profesionales, expertos, representantes o instituciones de diverso tipo”.

Es cierto que los usuarios y los ciudadanos somos los soberanos en última instancia “pero no necesariamente en todo momento porque hay ocasiones en las que preferimos limitar esa soberanía, compartirla e incluso renunciar a ella. Podemos examinar esta paradoja de un soberano que auto-limita su poder por analogía con aquellos sistemas que son inteligentes porque son capaces de oponerse a la voluntad expresa de quienes los dirigen”.

Por el otro lado existe una natural resistencia sobre ese control de la delegación “no nos resignamos dócilmente a aceptar que las cosas puedan escapar de nuestro control, sea la tecnología o los procesos políticos.

Tratamos de aumentar el control con medidas suplementarias de seguridad, exigiendo que haya más humanos en el loop, con mayor producción legislativa o minimizando la delegación que concedemos a nuestros representantes a los que queremos controlar lo más estrechamente que sea posible”.

Para el filósofo no siempre la delegación es una renuncia a ejercer la libre decisión o las propias responsabilidades, del mismo modo que confiar no equivale a creerse o aceptar cualquier cosa. No necesariamente la mejor política y las decisiones más democráticas son las adoptadas con mayor participación, con representantes más monitorizados y en la proximidad.

“El populismo reivindica una especie de control directo sobre la realidad entendido como la recuperación de algo que una vez tuvimos —antes de la delegación— pero que de hecho no hemos tenido nunca. Desde esta perspectiva, el populismo podría definirse como una sobrevaloración del control directo y una infravaloración del control indirecto.

Su consecuencia es que desincentiva la exploración de formas aceptables de transacción y equilibrio entre control y delegación, supervisión y confianza, en las que discurre nuestra relación con la tecnología y nuestra convivencia democrática”.

Según explica Innerarity defender “el valor político de la delegación no significa estar a favor de la política autoritaria o de la tecnocracia, ni de que decidan los algoritmos, sino llamar la atención sobre la necesidad de que quien constituye la fuente última de autoridad en una democracia —el pueblo soberano— controle también su voluntad de control sobre el proceso político.

Una voluntad de control inmoderada puede ser tan disfuncional como la pérdida de control. Lo que debería interesarnos es que el proceso político resulte comprensible a todos y que haya una rendición de cuentas, no que el pueblo esté siempre presente en cada decisión política o contemple en directo todos los actos de ese proceso”.

DANIEL INNERARITY
Filósofo y ensayista. Es catedrático de filosofía política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director de su Instituto de Gobernanza Democrática. Es profesor a tiempo parcial en el Instituto Universitario Europeo en Florencia.

Redacción
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