jueves, 07 diciembre 2023

La aristocracia de la maldad. JORGE DOBNER

Si bien en cuestión de gobernanza los errores se pagan caros indiferentemente de la motivación. Es mucho peor ser vil que ignorante porque el primero actúa motivado por la maldad mientras que el segundo aunque errático lo hace por desconocimiento. Entre la clasificación de malos gobernantes encontramos los mediocres por inutilidad y los peores.

En el pico de la maldad se halla el por desgracia presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sumando otras infames declaraciones como que las vacunas del Covid-19 son causa del SIDA. Más vergonzosas si cabe de aquellas esperpénticas que decía que la vacuna convertía en cocodrilos.

Más allá del escepticismo o incluso negacionismo, este tipo de comportamientos no son solo impropios de un presidente de gobierno sino ya de cualquier persona sin condición, supera cualquier barrera de lo tolerable ante la duda.

Lo de menos es que YouTube sancione a Bolsonaro por violar las políticas de desinformación médica. Lo demás es que este individuo sin sensibilidad ni juicio alguno, y por tanto peligroso, siga siendo presidente.

No es el único de una lista de personajes de esta índole que parecen tener predicamento entre la población: Trump que sigue dando que hablar, el ultraderechista Éric Zemmour cuya radicalidad incluso parece hacer sombra a Marine Le Pen en Francia, el homófono y xenófobo presidente de Hungría, Viktor Orbán, el seguidismo del presidente ultraconservador de Polonia Andrzej Duda y otras sucursales que están propagando en el resto de países a modo de alianza del mal.

Tenía razón el escritor estadounidense Henry Miller cuando decía «Nuestra era tiene necesidad de violencia», y también sed de maldad. Solo así se explica que sorpresivamente semejantes personajes que propagan tales barbaridades tengan impunidad y aún reciban la aceptación de parte de la ciudadanía. Como si no hubiera mejores opciones.

Estos políticos funcionan como una especie de aristocracia de la maldad haciendo valer su posición privilegiada en el poder para arrastrar a las masas a sus destructivos planes.

Y es que en su perversidad y la influencia que ejercen en parte de la población es la que luego desemboca en graves conflictos sociales, diplomáticos e internacionales, violencia callejera e incluso guerras.

La respuesta tiene que ser más contundente para salvaguardar las democracias. A nivel de los países aislando a este tipo de formaciones y personajes de carácter destructivo. Pero no es suficiente, pues sería incluso preciso que las constituciones redactaran mandatos para que determinados comportamientos implicaran la destitución inmediata de quienes sobrepasan los límites de la ética y ponen en peligro a sus países y la vida de sus conciudadanos.

A nivel internacional los organismos internacionales, la UE, la OTAN, la ONU…deberían contemporizarse a los tiempos actuales, pues hoy las guerras en occidente no son al uso de las de antaño, sino tienen implicaciones más subrepticias pero de consecuencias dañinas.

Aun cuando la política y sus partidos desilusione en parte, hace falta más sensibilidad y voluntad para acercar el cometido de las buenas políticas. Que no es pan y circo precisamente, sino una forma necesaria de gestionarnos y resolver los problemas de la ciudadanía, o al menos disponer de los instrumentos para ello.

No cabe duda que instituciones, partidos habidos y por haber y políticos potenciales, pero también profesionales influyentes de la vida de cada país y los medios de comunicación  tienen una gran responsabilidad para dar la contrapartida y ofrecer opciones más ilusionantes para construir una sociedad mejor.

JORGE DOBNER
Editor
En Positivo

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