El rugido de la tierra es inexorable. La erupción del volcán de La Palma en Cumbre Vieja avanza sin parar arrasando todo a su paso. Por el momento más de 6.000 residentes evacuados que han tenido que abandonar sus hogares y centenares de casas sepultadas por la lava. Por suerte esta catástrofe natural no se ha cobrado ninguna vida humana, pero abre una crisis sin precedentes en medio siglo en España que obliga a revisar los protocolos de actuación ante catástrofes naturales, cuya cuantía en daños puede superar los 450 millones de euros.
La Tierra cuenta con unos 1.500 volcanes potencialmente activos, es decir, que han actuado en los últimos 10.000 años, según la mayor parte de los científicos, y pueden volver a hacerlo en los próximos decenios. Esto incluye desde anomalías térmicas hasta erupciones.
Las imágenes de desastres naturales que desde occidente, y especialmente desde Europa parecían tan lejanas, cuando por ejemplo se reproducen con asiduidad en Asía, ahora nos parecen más cercanas y temibles.
Luego aquello que imaginamos insólito e impensable, se ha hecho realidad a tan pocos kilómetros.
Nos redescubrimos en la vulnerabilidad, por si la pandemia no nos hubiera hecho más conscientes, somos pequeños a merced de la omnipotente fuerza de la naturaleza.
No será por los continuos avisos que la Tierra nos viene dando en forma de desastres varios. Si bien nuestro planeta ha sido objeto a cambios constantes en su morfología, interviene desde hace décadas la acción del hombre que viene acelerando el cambio climático.
El mundo es aproximadamente 1,2 ° C más cálido que antes de que la gente comenzara a usar petróleo, gas y carbón para generar energía en las fábricas y el transporte, y para calentar los hogares.
Los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, aguaceros y tormentas, se volverán más frecuentes e intensos, amenazando vidas y medios de subsistencia.
Son numerosos los estudios y reportes científicos que están advirtiendo de esta situación. La información está disponible para todo aquel que quiera informarse, y aun cuando los negacionistas quieran taparse los ojos, son demasiadas las evidencias.
Y si ellos se lavan las manos y dicen que de la acción del hombre no depende, ¿Acaso nos exime como humanidad de hacer todo lo posible para no acelerar el proceso del cambio climático y retrasar el mismo? ¿Más cuando nuestra supervivencia como especie depende de ello?
Esto empieza de forma urgente por adoptar una actitud de humildad para por ejemplo en caso de los desastres planificar y preparar protocolos más complejos. También reservar de forma anticipada fondos para este tipo de situaciones que por desgracia se están produciendo y así paliar las pérdidas que ocasiona.
El trabajo que no se haya hecho en años anteriores deberá acelerarse en el presente y futuro inmediato para transformar el modelo productivo hacía uno más sostenible con huella de carbono cero.
Es una responsabilidad compartida, que no solo deben asumir la ciudadanía, sino principalmente las élites políticas y de poder para dar por fin ejemplo con sus actos. Y a nivel de cotidianidad: reducir la dependencia de los automóviles tomando el transporte público o en bicicleta, aislar los hogares, tomar menos vuelos comer menos carne y lácteos…
Lo positivo es que están naciendo numerosas iniciativas y modelos de negocio sostenibles que sintonizan con esta forma de conciencia, al tiempo que nos hacen mejor la vida.
Asimismo este tipo de catástrofes en general nos enseñan el lado bueno de las personas cuando la solidaridad se hace más que nunca presente, y la gente no mira a quién sino el bien que puede hacer a todo aquel que lo necesita.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo