Hay una leyenda urbana que cuando alguien se suicida tirándose a las vías del metro no se cuenta, se limpia y como si nada hubiera pasado. Pregúntense si no fue cuando había una avería o retraso inesperado en la línea del metro, si entonces fue un eufemismo para no contar la verdad y no espantar a los pasajeros.
Sobre estos desgraciados sucesos que ocurren de tanto en cuanto bien los conocen los maquinistas que se tienen que enfrentar y callar, contemplan como un peaje que es parte de su sueldo.
El suicidio sigue siendo un tabú aún de forma errónea. De lo que no se habla, no existe, es invisible, o eso se cree cuando nos autoengañamos.
Cuando es solo un mecanismo de defensa para negar una realidad, que por trágica que sea, existe en nuestra sociedad. Si no se puede negar su existencia aunque sea de forma subterránea, siempre será mejor afrontarla.
El por qué no se cuenta es para no provocar el efecto llamada, y esta es siempre la justificación.
No se trata de poetizar, ni regodearse en lo escabroso de los detalles, pero los medios tenemos un importante cometido contándolo de forma conveniente y respetuosa para precisamente prevenir más casos de suicidio y reducir esta lacra. No es solo conveniente, sino necesario.
Estos días en Madrid una manifestación en las calles exigía la aprobación de un plan nacional para la prevención del suicidio.
En España, se quitan la vida 10 personas al día, una cada 2 horas y media. En el mundo, y según datos de la Organización Mundial de la salud (OMS), más de 700. 000 personas fallecen al año por suicidio, aunque el número de intentos infructuosos es mucho mayor.
Para reducir las tasas de muertes resultantes del suicidio, los países deben abordar muchos factores subyacentes comunes que se suman y hacen que sea más probable que alguien elija el suicidio como una salida.
Las tasas de depresión son un factor de gran importancia, pero otros factores a tener en cuenta son: desempeño académico, condición física, salud mental y bienestar, situación económica, luchas financieras, desempeño en el lugar de trabajo y satisfacción general con la vida.
No es casualidad que las tasas de suicidio en las Regiones de África (11,2 por 100 000) (según la OMS) lideren tan desgraciado ranking. Porque allí donde las condiciones de vida se vuelven más complicada es más difícil salir.
Pero Europa (10,5 por 100.000) y Asia Sudoriental (10,2 por 100 000), superiores a la media mundial (9,0 por 100 000) también tienen el problema.
Debido a la crisis de la Covid-19 y el aumento de acontecimientos estresantes que sobrepasan el control personal e indicen en la salud mental ha habido un repunte de casos de personas que se han quitado la vida.
La salud mental no puede ser un capricho, sino de facto debería ser ya una prioridad en la sanidad pública. Dotando de más recursos, ratio de psicólogos y psiquiatras por un ratio adecuado de habitantes y mayor presencia de los profesionales en centros educativos, prisiones y centros de menores, entre otros, para mejorar la detección precoz.
También en estos momentos de dificultad los gobiernos deberían proveer un colchón social para que los recursos básicos estén cubiertos en la población y en especial dar asistencia a los colectivos más vulnerables.
Por nuestra parte los medios deberíamos aunar esfuerzos para brindar esperanza en la ciudadanía que ya suficiente tiene con las malas noticias; y seguro lo que necesita es conocer más recursos, herramientas y modelos ejemplarizantes que les aporten capacidades para seguir hacia adelante con sus vidas.
Hay vida frente al suicidio, pero tenemos que empezar a contarlo. Insuflar ánimos, esperanza y ejemplos para que la gente no se vea en un callejón sin salida.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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