Hasta 28 millones de dólares han pagado los progenitores de Daemen, un joven holandés de 18 años que hace apenas unos días se convirtió en el astronauta más joven de la historia. Todo por obra y gracia del multimillonario Jeff Bezos, fundador de Amazon que después de mucho dinero invertido consiguió con éxito el viaje tripulado al espacio de Blue Origin y salir de la atmósfera. No llega a 11 minutos lo que duró el trayecto. El viaje más caro de la historia.
Resulta difícil saber qué pensaron los padres para lanzar a su hijo al espacio con suma tranquilidad y lo peor imaginar con que nuevo capricho le sorprenderán para el próximo año. Pobre niño rico ya podrá fardar de haber traspasado la atmósfera.
Eso sí, a pesar de los esfuerzos por la primicia y el autobombo de Bezos, en la carrera espacial se le adelantó por nueve días el multimillonario Richard Branson a bordo de su Virgin Galactic.
Basta imaginar lo aburridos que están para que sus costosas experiencias terrenales ya no les basten. Claro está estos viajes espaciales serán en cuanto puedan comercializados para recuperar lo invertido y convencer a los más tontos posibles de que gastarse su fortuna en unos pocos minutos será la mejor experiencia de sus vidas. Seguro lo publicitarán con otra vuelta de tuerca al conocido como turismo de experiencias.
Ni buscar vida en el espacio, ni materiales que puedan servirnos de alguna forma productiva en nuestras investigaciones en la Tierra. Nada tienen que ver con misiones espaciales, tan solo viajes vacuos para quienes los parques de atracciones ya no les son suficientes.
¡Cuántas cosas se podrían hacer con esos 28 millones de dólares para solucionar los problemas en nuestro planeta! Dar de comer a los casi 800 millones de personas que aún pasan hambre en el mundo; lanzar un plan de investigación intensivo con los mejores investigadores del mundo para hallar la cura del cáncer, Alzheimer, enfermedades raras; facilitar un trabajo a los millones de parados…son tantas las posibilidades que decantarse por esos 11 minutos parece obsceno.
Y aun cuando con su dinero pueden hacer lo que quieran, basta mencionar las palabras de Bezos “¡Vosotros habéis pagado todo esto!” en referencia a los clientes de Amazon y trabajadores, que es una tomadura de pelo y más en medio de una pandemia. El orden de prioridades debería ser otro.
Con suerte podría haber aprendido algo de su ex mujer, Mackenzie Scott que el año pasado donó 6.000 millones de dólares para ayudar a los afectados por el covid-19.
Como se suele decir hay clases y clases. En este caso los superricos caprichosos con ganas de llamar la atención con su opera buffa y los filántropos solidarios que disfrutan de su dinero (por supuesto) pero a su vez quieren devolver su buena fortuna al resto del mundo para contribuir en una sociedad mejor.
En este segundo grupo hay casos destacados pero no tienen la misma cobertura que los primeros.
Es el caso de Charles Feeney, más conocido como ‘Chuck’, que a sus 89 años, ha conseguido su meta de donar casi 8.000 millones de dólares a proyectos altruistas en todo el mundo.
También el veterano inversor Warren Buffett que ha donado parte de su fortuna, 3.600 millones de dólares, a cinco organizaciones benéficas como parte de un plan a largo plazo para destinar la mayor parte de su riqueza a la filantropía.
O el millonario David Kirch, conocido en Jersey como uno de los mayores benefactores y que deja su fortuna de 117 millones de euros, a los ancianos de Jersey.
Sorprende que estos y otros ejemplos no abran los telediarios ni tengan apenas atención mediática, cuando son verdaderamente modelos ejemplarizantes sobre la conciencia y compromiso social.
Al tiempo que dan una cara más amable y compasiva sobre una élite que en otros muchos casos vive desconectada de la realidad.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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