La población en edad de trabajar es un concepto central en las estadísticas laborales. Es bien sabido que una creciente población en edad de trabajar brinda oportunidades para el crecimiento económico y, al mismo tiempo, crea desafíos para la creación de empleo y la integración de nuevos participantes en el mercado laboral. Sin embargo, no todos los que forman parte de la población en edad de trabajar participan activamente en ese mercado laboral.
Según se define en las normas internacionales la fuerza laboral incluye a las personas en edad de trabajar que participan activamente en el mercado laboral. Es la suma de personas ocupadas y desempleadas. Juntos, estos dos grupos de población en edad de trabajar representan la oferta de trabajo para la producción de bienes y servicios a cambio de una remuneración existente en un país en un momento dado.
El valor de esa fuerza de trabajo o laboral bien está condicionado por la ideología y el contexto histórico. El filósofo Karl Marx acuñó este concepto de fuerza laboral en su obra El Capital publicado por vez primera en 1867. En su teoría del valor-trabajo criticaba que el valor de un bien o servicio estaba determinado por la cantidad de trabajo necesario para producirlo, y no por la utilidad que este bien puede ofrecer.
Cabe señalar cómo las diferentes revoluciones han marcado esa fuerza laboral y las condiciones de los trabajadores. La primera el paso de la producción manual a la mecanizada, entre 1760 y 1830; la segunda, alrededor de 1850, introdujo la electricidad y permitió la manufactura en masa.
La Tercera Revolución Industrial, también llamada Revolución científico-tecnológica (RCT), Revolución de la inteligencia (RI) o Tercera revolución tecnológica, es un nuevo concepto planteado por el sociólogo y economista Jeremy Rifkin, y avalado por el Parlamento Europeo en una declaración formal.
Los pilares de esa Tercera Revolución Industrial -según Rifkin- son: la transición hacia la energía renovable; la transformación del parque de edificios de cada continente, en microcentrales eléctricas que recojan y aprovechen in situ las energías renovables; el despliegue de la tecnología del hidrógeno y de otros sistemas de almacenaje energético; el uso de la tecnología de Internet, para transformar la red eléctrica de cada continente en una interred de energía compartida y la transición de la actual flota de transportes hacia vehículos de motor eléctrico.
Y como sucediera en las anteriores revoluciones industriales esto implica trascendentales cambios en el sistema laboral, el reciclaje de profesiones y recolocación de puestos de trabajo.
Por si fuera poco cabe sumar el efecto de la pandemia que ha tenido en el ámbito laboral que, a pesar de la enorme crisis por sus consecuencias socioeconómicas, puede resultar positivo a medio-largo plazo para acelerar los cambios necesarios en el sistema de forma multifactorial y no afectando únicamente a los trabajadores sino también a las empresas.
Esa fuerza laboral a veces dormida, supeditada al patrono o propietario, y a costa del esfuerzo de movilizaciones sociales para mejorar sus condiciones, está más despierta que nunca.
En una reciente reflexión de la escritora y columnista estadounidense Arianna Huffington se hacía eco de la llamada “La Gran Resignación” y “El Gran Despertar”, describiendo el reciente fenómeno global de personas que renuncian a sus trabajos en cifras récord (algo impensable hasta hace poco).
Solo en abril, esto implicó a 4 millones de trabajadores estadounidenses. Y una encuesta de Microsoft muestra que un asombroso 40% de la fuerza laboral global está considerando dejar sus trabajos este año.
Esto se debe en parte a un agotamiento de muchos de los trabajadores que lo han dejado todo en este año de pandemia, pero también a una redefinición y revalorización del trabajo no como un número o mercancía.
El empoderamiento de los trabajadores que hacen valer sus cualidades y esfuerzo, que no centran únicamente su existencia en el trabajo sino que también quieren vivir y entienden el éxito de otra forma. Trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Los empleadores y empresas no tienen más remedio que responder a esta Gran Resignación / Despertar y adaptarse a los nuevos tiempos para introducir políticas de bienestar mental, emocional y físico.
Es necesario integrar el bienestar en el tejido de la experiencia laboral, no solo para satisfacer la demanda de los trabajadores sino las propias exigencias del sistema donde muchos países ven su pirámide invertida, el envejecimiento de la población y la disminución progresiva de la fuerza laboral. Con demasiado esfuerzo las personas apenas han podido conciliar y formar una familia.
Tenemos una oportunidad única en una generación de redefinir el concepto del trabajo y del éxito y, con él, la forma en que trabajamos y vivimos.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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