Con motivo del centenario aniversario del Partido Comunista de China se preguntaba la prestigiosa revista The Economist el cómo de su supervivencia en estos largos cien años.
Fue el líder Mao Zedong quien decidió que el 1 de julio de 1921 era el día en que se fundó el Partido Comunista de China. Pero entonces no era la única organización comunista en China y apenas contaba con 50 miembros. Un siglo después el partido es omnipotente y omnipresente en su país, la Gran China, y cuenta con más de cien millones de afiliados.
La trascendencia de su ideología más allá de sus fronteras del país de origen ha sido valorada por otros movimientos internacionales de izquierdas, pero el maoísmo se entiende en su identificación y localización en China.
El movimiento se basa en el revisionismo del marxismo inicial bajo un prisma muy filosófico, dejando atrás el enfoque científico por el manifiesto comunista. Mao supo entender al campesinado agrícola chino como eje motor del país pero sin establecer como imprescindible la lucha de clases, al considerar el sector burgués y empresario como una parte de la sociedad necesaria y susceptible de acompañar la revolución.
La visión maoísta es una doctrina compleja para capturar el poder del Estado a través de una combinación de la insurgencia, movilización de masas y alianzas estratégicas.
El Partido Comunista de China ha hecho posible la paradoja, una visión tradicionalista y al mismo tiempo la apertura a la sociedad global, una rígida estructura de partido con la adaptabilidad de una ideología orgánica que se adapta al contexto histórico para escalar. La última paradoja posible es que un partido comunista abrace el capitalismo (entre 1978 y 1989 cerró muchas empresas estatales) dando origen a lo que han llamado socialismo de mercado o capitalismo de estado.
En los últimos 20 años, millones de chinos empobrecidos y hambrientos que vivían en el campo han salido de la pobreza extrema. En concreto más de 770 millones de personas salieron de la pobreza desde su reforma y apertura a fines de la década de 1970.
Durante sus prácticas de alivio de la pobreza, China desarrolló un conjunto de estándares y procedimientos para identificar con precisión a los pobres, las causas de su pobreza y sus necesidades. Estos se resumieron como esfuerzos específicos para identificar a los pobres con precisión, organizar programas específicos, utilizar el capital de manera eficiente y tomar medidas basadas en el hogar.
Durante su lucha contra la pobreza, China adoptó cinco medidas, que incluyen impulsar la economía para brindar más oportunidades de empleo, reubicar a las personas pobres de áreas inhóspitas, compensar las pérdidas económicas asociadas con la reducción del daño ecológico, mejorar la educación en áreas empobrecidas y proporcionar subsidios de subsistencia para aquellos que no pueden librarse de la pobreza solo con sus propios esfuerzos.
Y si bien ha habido enormes crisis, como es ahora la pandemia, el partido siempre ha sido capaz de reconstruirse y llevar a China por el camino de la prosperidad a razón de los números y estadísticas.
China es el país más poblado del mundo con más de 1.400 millones de habitantes. Basta imaginar las dificultades para gestionar los problemas de tanta gente. Pero la fuerza del colectivo se ha organizado para ser un país que ha experimentado una vertiginosa mejora de sus condiciones socioeconómicas.
La mentalidad colectivista china crea una sociedad que apoya y protege a sus miembros, valora más la unidad y la conformidad. Los chinos prefieren una jerarquía más estructurada y como dicta la tradición antigua los ancianos reciben más respeto dentro de la familia (algo por otro lado positivo).
Los valores y creencias colectivos adecuados aumentan el beneficio total de una sociedad y en este sentido los chinos han sabido aplicarlo casi a la perfección.
Desde occidente esta mentalidad no siempre ha sido bien entendida pues confronta con otra escala de valores un tanto alejada; el individualismo y la competitividad.
Los estadounidenses, y la sociedad de occidente en general, buscan la independencia, persiguiendo metas personales por encima de las metas de la sociedad. Y es por eso que se explica la confrontación del modelo chino con el estadounidense, no ya por una cuestión de liderazgo económico sino por sus distintas visiones de vida.
En las últimas cuatro décadas ha desarrollado una etapa de profundas reformas, que llamaron Cuatro Modernizaciones, para fortalecer la agricultura, industria, defensa nacional, ciencia y tecnología de China. Un notable desarrollo fue la descentralización del control estatal y la apertura internacional a la inversión extranjera.
Recientemente el Banco Mundial elevó el pronóstico de crecimiento económico de China para este año de 8,1% a 8,5%. La planificación de China sigue su curso y se centra en el “nuevo concepto de desarrollo” de la circulación dual.
La circulación dual enfatiza la “circulación nacional” al aumentar la demanda interna, reforzar las cadenas de suministro nacionales y promover la innovación local, al tiempo que busca una mayor apertura y reformas del lado de la oferta. Además de promocionar más la “innovación autóctona” para depender cada vez menos del conocimiento extranjero.
Si algo destaca el gobierno de China y que bien podría ser replicado en occidente es una visión estratégica a largo plazo. Como ejemplo un plan que llevan desarrollando hace tiempo “fabricado en China 2025” que es una prospectiva para convertir al país en el líder tecnológico mundial, tanto en robótica como en telecomunicaciones o en vehículos de energías nuevas.
El plan convoca a los fabricantes chinos a controlar el 80 por ciento del mercado mundial de vehículos eléctricos hacia el 2025.
Desde occidente se sigue viendo con recelo los movimientos de China, si bien el país asiático ha sabido manejarse de forma muy efectiva en las relaciones diplomáticas con el resto de países, el multilateralismo y posicionándose en la geopolítica. De una forma mucho más diligente que Rusia, con quien tiende a compararse por su historia y relaciones de estrecha de cooperación.
Si bien China es más considerada a ojos de occidente por su dimensión, trascendencia e impacto global. Más bien las reservas son en buena parte motivadas en la medida en que puede desbancar el liderazgo a Estados Unidos y seguir desplazando el eje de poder hacia Asia.
En cierta manera sorprende el paternalismo desde la óptica de occidente cuando los chinos no parecen tan preocupados.
China es la mayor competencia y no se detiene. Hoy por hoy la segunda superpotencia económica del mundo. Ni tan mal.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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