Según su etimología la tertulia hace referencia a una reunión de personas que se juntan habitualmente para conversar o recrearse. Parece ser que dicha palabra se originó en España durante el reinado de Felipe IV cuando en esos tiempos estaba de moda discutir sobre las obras del escritor Tertuliano cuyos sermones eran destacados.
Las tertulias pasaron de las casas a los balcones de los teatros. Y a propósito de esas tertulias la gente se animaba a beber y a bailar.
En nuestros tiempos contemporáneos, a mediados de los 90, ya el sociólogo francés Pierre Bourdieu analizaba bien la mecánica de esos “debates verdaderamente falsos o falsamente verdaderos” donde todo está teledirigido aun dando una apariencia falsamente real ¡Cuánta dramatización! Para ocultar mostrando.
“El universo de los contertulios habituales es un mundo cerrado de relaciones mutuas que funcionan según una lógica de autobombo permanente” acertaba Bordieu a retratar en su imprescindible ensayo Sobre la televisión.
Se advierte que está escenografía cuanto menos era más cuidada hace unos años, hoy parece que ni tan siquiera esto importa. La tertulia de la barra del bar se traslada con total descaro a los platós de la televisión. Poco importa la rigurosidad de los datos, las opiniones bien argumentadas, prevalece el sensacionalismo con el único fin de llamar la atención y ganar cuota de pantalla.
La escritora y periodista Esther Peñas bien lo explica en un oportuno artículo de opinión para Ethic.
“El intelectual clásico, cuyo testimonio estaba avalado por su autoridad en el asunto, es hoy un linaje consumido. ¿Por qué no se invita a las tertulias a intelectuales como Agamben, Harold Pink, Naomi Klein, Amelia Valcárcel o Javier Gomá? Ellos ponen en entredicho y sacuden conciencias, al tiempo que muestran perspectivas de la realidad que se nos escapaban”.
“Ya no se demanda –ni se ofrece– un juicio reposado, equidistante, contrastado de los hechos. Hay improvisación. Porque en una tertulia ni siquiera hay hechos: se sustrae al público la información requerida sobre la que se organiza el debate, y lo que sucede es que se opina sobre opiniones, tranzando un circuito autorreferencial vacío” continua en su disertación.
Esta componenda de tertulias generan poco de productivo sino ruido. Y es que lo que podría ser un servicio loable se ha convertido en un guirigay donde nos dicen qué pensar en lugar de propiciar un ecosistema que genere a la audiencia inquietudes sobre cómo pensar.
Cristina Grao Escorihuela
Redacción
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