¿Y si nuestro planeta solo admite un límite de crecimiento máximo a partir del cual se convierte en dañino? Esto es lo que propugna la Teoría del Decrecimiento que se define como una reducción equitativa de la producción y el consumo para aumenta el bienestar humano y mejora las condiciones ecológicas a nivel local y global, a corto y largo plazo.
Esta corriente de pensamiento es apoyada por economistas, ecologistas y antropólogos, y que con motivo de los efectos colaterales de la pandemia, consideran replantear el sistema tal y como hasta ahora lo habíamos concebido.
Todos critican la supremacía de medirse al PIB al tiempo que proponen a menudo diferentes indicadores sociales y ecológicos.
Los teóricos y practicantes del decrecimiento apoyan una extensión de las relaciones humanas en lugar de las relaciones de mercado, exigen una profundización de la democracia, defienden los ecosistemas y proponen una distribución más equitativa de la riqueza.
A su vez distinguen entre depresión económica, es decir, decrecimiento no planificado dentro de un régimen de crecimiento, y decrecimiento sostenible, una transición voluntaria, suave y equitativa a un régimen de menor producción y consumo.
A diferencia de los responsables políticos, para quienes la urgente necesidad de reactivar la economía, estos investigadores defienden la idea de que la prioridad debe ser el Estado de bienestar social y ecológico y no una búsqueda compulsiva por el crecimiento.
Para Giorgos Kallis, investigador en economía ecológica [en la Universidad Autónoma de Barcelona] y eminente figura del decrecimiento, explica que este movimiento “Critica la idea de que el crecimiento económico es algo positivo y necesario. Estamos por el contrario convencidos de que es inherente a la crisis y los problemas que estamos experimentando actualmente”.
La teoría del decrecimiento, insiste en aclarar, no aboga por una caída en los ingresos individuales, y que en los países de altos ingresos hay recursos más que suficientes para asegurar una buena calidad de vida para todos.
Por su parte Jason Hickel, investigador en antropología económica y conferencista en Goldsmiths College en la Universidad de Londres, critica el dogmatismo “Nuestra sociedad está encerrada en la ideología del crecimiento hasta el punto en que es casi imposible cuestionarlo. El productivismo tiene una dimensión totalitaria, que llega a sofocar el pensamiento crítico”. Por eso el primer paso es permitir el debate.
La idea que impulsan estos expertos es redefinir los objetivos de la humanidad: hacer frente a la emergencia climática reduciendo drásticamente el uso de energía y recursos, para encontrar el equilibrio con los seres vivos.
Al mismo tiempo, también es reducir las desigualdades y mejorar el bienestar de las personas, en particular con medidas como garantías sobre el empleo, el descenso de tiempo de trabajo semanal, o incluso la introducción de una renta básica universal.
Para todos los que quieren popularizar el decrecimiento hay un objetivo superior. El sistema económico actual significa sacrificar personas y ecosistemas incluso aun cuando supone catástrofes y trastornos climáticos diversos.
“Estamos en un sistema que no solo no aporta ningún beneficio a la sociedad, sino que también acelera los desastres naturales planetarios”, denuncia Julia Steinberger, investigadora en economía ecológica y profesora de la Universidad de Lausana.
De forma progresiva este movimiento se va materializando y en los últimos años está ganando terreno en diferentes países. Es el caso de Islandia, Escocia y gobierno de Nueva Zelanda se comprometieron públicamente a priorizar ahora al bienestar de la población, y ya no solo al crecimiento económico.
Redacción
En Positivo
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