jueves, 21 septiembre 2023

Más concordia, menos odio. Jorge Dobner

Desde occidente muchas veces sorprendían las eventuales imágenes de parlamentarios asiáticos llegando a las manos en sus respectivos hemiciclos: en Hong Kong, Taiwán o incluso Japón donde una de las batallas campales se produjo irónicamente cuando debatían acerca de una ley para conservar el pacifismo de la nación.
Aunque con menos frecuencia también en otros puntos del globo terráqueo, pero de forma muy puntual.

Estas bochornosas imágenes solían causar estupor y rechazo de las audiencias, pero poco se podía imaginar que progresivamente estas prácticas crecerían en el mundo e incluso al punto de normalizarse.

En cualquier parlamento en democracia, con sus distintas particularidades dependiendo del país, es un espacio común donde los representantes elegidos por los ciudadanos debaten y legislan sobre asuntos públicos.

El mismo término deriva del francés parlement, vocablo que expresa la acción de parler (hablar), luego un parlement es una charla o discurso.

El extralimitarse de ese debate y convertir el parlamentarismo en “matonismo” ha sido considerado como una falta a la calidad democrática. Sin embargo, el aumento de los populismos en los últimos años, y que periódicamente vuelven a resurgir en la historia, desmiente la idea de que ciertos comportamientos que antes eran penalizados ahora no lo son.

El problema de los populismos no es solo en el fondo hacer creer, cual pensamiento mágico, que existen recetas sencillas para resolver los problemas complejos y estructurales. También en las formas suelen hacer ostentación de modales grosero y desprecio sistemático a todos los adversarios políticos (incluso los que podrían tener alguna coincidencia ideológica).

Su propuesta es polarizar la sociedad al extremo, “ellos contra nosotros”, a partir de la fanatización de los potenciales seguidores afines, que por afinidad antes apostaban por partidos homologables en democracia y que ahora por desespero confía la resolución de sus problemas en el “maná” del populismo. Por supuesto, ningún agente populista se reconoce como tal para no ahuyentar a sus potenciales votantes.

Sin embargo los métodos de fanatización son de los más sutiles a los más burdos; desde el uso de fake news hasta llegar a los insultos y deshumanización del adversario.

Esta semana veíamos el último escándalo, de momento, del Presidente de EE.UU, Donald Trump, que en plena carrera electoral con su rival demócrata, Joe Biden, lo mandaba al asilo. En forma de mofa, Donald Trump, escribía una pancarta que decía “Biden for president” tachando la P “Biden for resident”.

Tras contagiarse del coronavirus y superar la enfermedad, Trump ha sido noticia por otras gruesas declaraciones como que es “inmune” y que “daría besos a todos” y por quitarse la mascarilla cuando no debía.

Un populista no rectifica ni pide perdón nunca, pues según su postura es síntoma de debilidad, prefiere así una huida hacia delante.

Durante estos meses de pandemia se han elaborado diferentes estudios acerca de la correlación entre polarización y gestión. De esta manera los países con más estabilidad institucional (Alemania, Dinamarca, Nueva Zelanda…) están realizando a razón de los datos una mejor gestión de la pandemia.

Hay dos fuerzas que se contraponen: la concordia y el odio. Cuando más unidos deberían estar las instituciones, políticos y gentes hay otros cuantos interesados en la crispación para sacar rédito político, electoralista a corto plazo.

En la medida que le vaya mal al gobierno de turno, peor gestión haga de pandemia, más posibilidades según la postura populista de canalizar la insatisfacción e ira de los electores hacia postulados extremistas.

Una posibilidad necesaria en estos momentos es que no se publicaran ni publicitarán encuestas o sondeos sobre intención de voto durante la pandemia o de hacerlo con mucha menor frecuencia. Esto podría ser aplicable en los países regiones que ahora mismo no tienen pendiente realizar comicios.

Cuando los gobernantes y representantes políticos debieran orientarse a ofrecer las mejores soluciones para salvar vidas y empleos no es conveniente elementos distractivos que influyan en sus decisiones. Solo los criterios sanitarios debieran prevalecer sobre las estrategias políticas.

Más que nunca se necesita trabajar a favor de la concordia y el respeto constitucional entre todos los poderes públicos, agentes y partidos políticos. Porque esto al fin y al cabo repercute positivamente en una mejor gestión de la pandemia. La concordia no es una palabra muda.

Jorge Dobner
Editor
En Positivo

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