El ser feliz, el autorrealizarse, ha sido desde tiempos inmemoriales un tema recurrente para explicar desde distintas disciplinas. El filósofo griego Sócrates decía que para alcanzarla no hay que esperar recompensas externas sino del éxito interno. En similar línea Aristóteles y Platón decían que dependía de nosotros mismos y no de los demás.
Sin embargo, una cierta tendencia hedonista en la sociedad occidental hace desviar el significado de la verdadera felicidad sobre el placer y así evitar el dolor.
Sin embargo, la ciencia incluso ha explicado como los circuitos neuronales que se activan en la felicidad son distintos a los de la experiencia placentera.
Si está confundido entre felicidad y placer, no es el único. Al buscar Google “placer” lo que leerá es “un sentimiento de feliz satisfacción y disfrute”. El dinero puede comprar placer, pero la felicidad tiene que venir de otra parte.
Robert H. Lustig es un endocrinólogo pediátrico estadounidense. Es profesor de Pediatría en la División de Endocrinología de la Universidad de California, San Francisco (UCSF), donde se especializa en neuroendocrinología y obesidad infantil.
Desde su experiencia conoce bien como la “comida chatarra” es una de esas sustancias adictivas de placer.
Muchas empresas y marcas intentan asociar la “felicidad” con la compra de sus productos y el uso de sus servicios, con la esperanza de que los clientes recurran a ellos en busca de una “vida mejor”. Se están empleando conceptos de marketing de vanguardia como “neuromarketing” y “arquitectura de elección” para manipularlo como consumidor, e incluso hay quien promete canalizar su dopamina directamente en patrones de comportamiento adictivo y márgenes de beneficio de la empresa.
Los especialistas en marketing han intentado durante décadas convencernos de que el azúcar es un alimento saludable.
En una de sus charlas el profesor Lustig establece las diferencias básicas entre placer y felicidad.
- El placer es pasajero. La felicidad es permanente
- El placer es visceral. La felicidad es etérea
- El placer es tomar. La felicidad es dar
- El placer se puede conseguir con sustancias y la felicidad no
- El placer se experimenta solo y la felicidad usualmente en grupos sociales
- El placer es dopamina y la felicidad es serotonina
Las corporaciones fomentan y aprovechan esta confusión para vendernos el placer que desencadena la dopamina (sexo, azúcar, alcohol, drogas, videojuegos, compras, etc.) con la promesa de “felicidad”, cuando en realidad los altos niveles de dopamina pueden disminuir y regular la serotonina, haciéndonos menos capaces de experimentar la felicidad a largo plazo.
No te pierdas el siguiente vídeo donde ver la argumentación completa del profesor Lustig.
Para más información: Robert Lustig
Redacción
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