Si alguien se ha destacado en la última década en su iniciativa para transformar el modelo educativo, ese es Salman Khan.
Empezó dando clases a su prima Nadia de 12 años y ha acabado liderando una ONG que da clases gratuitas en 36 idiomas a alumnos de todo el mundo. Su labor no solo le ha valido el agradecimiento de sus alumnos sino también el reconocimiento internacional: Premio Padma Shri, Microsoft Education Award y Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional.
Después de que su prima Nadia la pidiera ayuda, otros críos de la familia también se sumaron y así es cómo comenzó a hacer sesiones por Skype de tres o cuatro alumnos.
Mundialmente conocido por la Academia Khan, ha cambiado las reglas de la educación compartiendo conocimientos para cualquier persona en cualquier lugar.
Ahora su experiencia vital y profesional se plasma en el libro traducido al español “La escuela del mundo: una revolución educativa”.
Salman nació en Metairie (Luisiana), una zona residencial del área metropolitana de Nueva Orleans. Su padre, pediatra, vino de Bangladés para completar su residencia en la Universidad Estatal de Luisiana y, más tarde, las prácticas en el Charity Hospital. En 1972, hizo un breve viaje a Bangladés y volvió con su madre, que había nacido en India.
El libro es una visión radical del futuro de la educación y, al mismo tiempo, la historia personal de un hombre que ha apostado por el aprendizaje personalizado, la interacción humana y el pensamiento alternativo. Padres y políticos se quejan sin cesar del estado del sistema educativo, y las escuelas buscan consejo sobre cómo conectar con los estudiantes en la era digital.
Este licenciado en matemáticas por el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts ha destacado en su trayectoria por la valentía de cuestionar una “escuela de talla única”, que separa los grupos por edades y tiene un único temario, lecciones en el colegio y deberes en casa.
“Sin ideas preconcebidas acerca de cómo aprendemos, no me sentía constreñido por sistemas ortodoxos. Buscaba a tientas la mejor manera de transmitir información y utilizar la tecnología a mi alcance. En pocas palabras: partí de cero, sin hábitos adquiridos ni prejuicios. No es que pensara de manera creativa, «fuera de la caja», como se suele decir: es que ni siquiera había caja. Probé muchas cosas y me fijé en cuáles funcionaban. Y, por extensión, inferí cuáles no estaban dando resultado”.
Una de sus principales críticas se centra en lo cruel que muchas veces el sistema educativo ordinario, que iguala el aprendizaje y capacidades de todos los alumnos por igual sin atender apenas las peculiaridades de cada uno. Es por esta misma regla quienes no cumplen los ritmos establecidos pueden caer en la desmotivación, y ser alumnos perdidos.
Tal y como bien explica “Aprendemos a ritmos diferentes. Algunos tienen ráfagas rápidas de intuición; otros necesitan más elaboración y tiempo. El más rápido no es necesariamente el más listo, y el más lento no es ni de lejos el más torpe. Más aún: entender rápido no es lo mismo que entender bien, ni entender a fondo, así que la velocidad de aprendizaje es cuestión de estilo, no de inteligencia relativa”.
Y es a partir de esta comprensión desde el punto de vista del alumno/a que Khan desarrolla un método propio que tan buenos resultados sigue dando.
“En mi aproximación personal a la enseñanza, en el complicado proceso de combinar mis métodos con la manera de aprender de las personas, mis dos primeros preceptos fueron que las lecciones debían desarrollarse al ritmo de las necesidades del alumno, no de un calendario arbitrario, y que los conceptos básicos tenían que quedar bien implantados para que se pudieran dominar otros más avanzados”.
Redacción
En Positivo
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