A favor de las teorías de Piketty: ‘El precio de la desigualdad’.
La protesta contra la desigualdad es el fenómeno unificador de la mayoría de las movilizaciones en el mundo entero. Son heterogéneas en todo lo demás. Tal es su magnitud desde los años ochenta del siglo pasado (los de la hegemonía de la revolución conservadora) que la desigualdad ha pasado por tres etapas.
Primero fue un problema social, que trató sobre todo la doctrina de la Iglesia católica y que se confundía en muchos casos con la pobreza. Después fue un problema económico fundamentado por organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, la OCDE o el Banco Mundial (con altas dosis de desigualdad, el crecimiento es menor).
Y desde hace algún tiempo es un problema político que se ha colocado en el frontispicio de las políticas públicas de muchos países gracias a la denuncia de economistas como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Emmanuel Saez, Gabriel Zucman, Tony Atkinson…: concentraciones extremas de la renta y de la riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan los valores de la meritocracia y de la justicia, y la cohesión social sobre las que se asientan las democracias.
No puede haber tal hiperconcentración de riqueza (y del poder) en un número tan reducido de personas. Lo que está en peligro es la democracia misma.
Ya cuando se publicó el anterior libro de , los think tanks conservadores advirtieron de su “peligrosidad”: el trabajo del economista francés debía ser rebatido con urgencia porque de lo contrario “se propagará entre los intelectuales y remodelará el paisaje político económico en el que se librarán las futuras batallas de las ideas políticas” (James Pethokoukis, del Instituto de Empresa de Estados Unidos).
Capital e ideología es aún más “peligroso”, en el sentido citado, no sólo porque profundiza en los datos sobre la desigualdad con una extraordinaria diversidad de fuentes y de situaciones, sino porque enmarca la lucha contra la misma no en el marxismo ni en cualquier otra doctrina económica discutible, sino en la universal Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 (“Los hombres nacen y permanecen iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común”).
Piketty se aleja de la tesis de Marx y Engels en El Manifiesto Comunista acerca de que la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases, y la sustituye por la lucha de ideologías: las ideas y las ideologías cuentan en la historia. La posición social, por importante que sea, no basta para forjar una teoría de la sociedad justa, una teoría de la propiedad, una teoría de las fronteras, una teoría de la fiscalidad, la educación, los salarios o de la democracia. Todas las sociedades tienen necesidad de justificar sus desigualdades; sin una razón de ser, el edificio político y social en su totalidad amenazaría con derrumbarse; por eso, en cada época se genera un concurso de discursos o ideologías que tratan de legitimar la desigualdad.
Hay que leer a Piketty.
Joaquín Estefanía
Publicado en: El País
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