De la nada al todo. La felicidad ha pasado de ser un privilegio de las élites a un deber de la mayoría. La búsqueda de la felicidad está presente en todas partes convertida en una cuestión cultural. Incluso se conmemora el Día de la Felicidad, fijado el 20 de marzo.
A falta de la cantidad de libros que se publican cada año en relación a la felicidad, hay además cierto proselitismo por las bondades de la ciencia de la felicidad.
Desde los años noventa del siglo pasado hasta la actualidad esta ciencia promueve un método para conseguir la vida plena y feliz. Y si bien se apoya en diversos estudios sobre factores que influyen en la felicidad, es difícil extrapolar un método unificado que pueda ser válido para el común de los mortales, tantos sentidos de la felicidad como personas.
Al respecto, irrumpen ciertas voces críticas que denuncian la obsesión de la felicidad a cualquier precio y/o la tergiversación del sentido de esa felicidad “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal” advierten la socióloga israelí Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas.
Tanto Illouz como Cabanas han publicado un ensayo Happycracia (Paidós) –todo un éxito en Francia–, que analiza este boom de la felicidad desde una visión reduccionista que prima el factor individual y lo social se elude.
Con esto, los autores no están en contra de la felicidad sino el cariz que está tomando, cuando se manifiesta que la felicidad depende de los propios actos obviando la influencia de factores que a veces se nos escapan de las manos.
Precisamente en estos días se publicaba el informe anual sobre los países más felices que incluye la ONU. Como viene siendo habitual los países nórdicos encabezan el ranking gracias a su tan estudiado Estado del bienestar, en esta ocasión Finlandia es quien lidera la lista. Sin embargo, hay elementos chirriantes que pueden todavía mejorar sobre algunos criterios, ya que sorprendentemente en la misma lista Iraq y Arabia Saudí se encuentra por delante de países europeos como España.
Dice Alberto Simone, psicólogo, director de cine, guionista y escritor, “La felicidad es innata, fluye como la sangre por nuestras venas”.
Seguramente su concepto de la felicidad se acerca más a las necesidades del ser humano una vez desprovisto de eslóganes.
Cuanto menos Simone apela a valores universales como “el amor” que nos ayuda a conectar con nuestra esencia, incrementar así nuestro bienestar y que la felicidad por tanto venga dada, sin imposiciones ni ansiedades.
“Recuperando la autenticidad, la espontaneidad y la sinceridad, y eso pasa por no tener reparo en mostrar nuestras fragilidades” descubre el psicólogo.
Cristina Grao Escorihuela
Redacción
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