No son nuevos los usos torticeros para manipular a las audiencias, también al electorado en cuestión política. Ya en el 2000 fue sonado el uso de publicidad subliminal en la campaña presidencial de George W. Bush en su “famoso” spot publicitario donde aparecía en una fracción de segundo la palabra RATS (ratas) en alusión a los demócratas.
Ahora el centro del debate está en la expansión del universo Big Data y su influencia directa en los procesos democráticos, Amenaza u oportunidad, según se mire.
Al respecto, Martin Hilbert, gurú de la Era Digital, advierte de la mezquindad de ciertos círculos “Se está usando la tecnología para lavar el cerebro de los votantes”.
La información es poder, y como explican Hilbert y otros expertos, esa ingente cantidad de datos personalizada se está utilizando para predecir y guiar procesos completos, desde una decisión de consumo a la elección presidencial.
Hace unos meses estalló la polémica cuando el presidente de Facebook, Mark Zuckerberg, reconoció que se habían vendido datos personales de 87 millones de usuarios a la consultora política Cambridge Analytica.
Cabe recordar que esta consultora fue la empleada en la campaña de Donald Trump para influir en los votantes a través de las redes sociales. También Barack Obama se encaminó en parecida estrategia con una inversión multimillonaria en un equipo procedente de Google, Facebook o Craigslist que ocuparon una base de datos con el perfil de 16 millones de votantes indecisos.
El problema ante estos hechos es que el acercamiento a la ética de los datos es reactiva, una vez producido el daño; cuando hoy sabemos que es necesaria una actitud proactiva.
Se habla más de los posibles riesgos y no de las oportunidades. Quizás obviando que como en todo no es culpa de las nuevas tecnologías sino del mal o buen uso de quienes la aplican.
Un informe reciente de la fundación de innovación Nesta explica que no hay soluciones digitales rápidas o baratas, pero cuando reciben el apoyo de gobiernos o partidos políticos estas tecnologías pueden mejorar la calidad de las decisiones democráticas.
Hay múltiples alternativas donde el buen uso del Big Data puede fortalecer nuestra democracia: favoreciendo que la política sea más transparente, proponer ideas que no se les ocurre a los políticos profesionales o detectar fallos de los proyectos en las leyes del gobierno de turno.
En algunos países ya están avanzando en esta materia. Es el caso de Francia donde el programa Parlement et Citoyens permite a las personas hacer propuestas a sus representantes; vTaiwan recurre a nuevos proyectos de ley parlamentarios; el programa Better Reykjavík permite a las personas sugerir y clasificar ideas para mejorar la ciudad, y ya ha sido utilizado por más de la mitad de la población.
En todos estos casos, las tecnologías digitales se utilizan para mejorar la democracia representativa en lugar de reemplazarla.
No es cuestión de construir un gobierno dirigido por algoritmos, sino empoderar a los ciudadanos con nuevas herramientas de decisión.
Jorge Dobner
Editor
En Positivo
Leer más:
Confrontación vs. Solución