Una vez cubiertas las necesidades básicas, es decir los factores de subsistencia (salud, alimentación, etc.), protección (sistemas de seguridad y prevención, vivienda, etc.), afecto (familia, amistades, privacidad…); el ser humano se permite la conquista de objetivos más elevados.
La búsqueda de la felicidad, o para ser más precisos su encuentro, es el Santo Grial del s. XXI. Conociendo su complejidad son múltiples las disciplinas que abordan el estudio de la dicha y su puesta en práctica.
Al preguntar sobre la felicidad cada persona puede otorgar su propia definición relacionándola con una amalgama de términos dispares, algo que da buena cuenta de la dificultad del concepto en sí, tan abstracto y difuso.
En estos últimos tiempos una oleada de expertos han intentado aterrizar el concepto de la felicidad desde su punto de vista empírico a través de investigaciones y sólidos argumentos.
También instituciones de prestigio como el Foro Económico Mundial (Word Economic Forum) han extendido su preocupación a la dicha siendo la consecución final de cualquier Estado del Bienestar pues “se debe generar un modelo económico diferente, uno que satisfaga las necesidades básicas de todos los seres humanos del planeta, que respete los recursos naturales, que sea más justo y cuyo objetivo principal no sea el crecimiento per se sino optimizar el bienestar humano”.
Incluso Naciones Unidas trabaja desde 2012 en un programa para el desarrollo, el Informe de Felicidad Mundial (World Happiness Report), estableciendo desde 2013 el Día Internacional de la Felicidad y formulando en los Objetivos de Desarrollo Sostenible tres aspectos que contribuyen a garantizar el bienestar y la felicidad.
Numerosos científicos e investigadores están proponiendo teorías y aplicando sus experimentaciones para desvelar los secretos de la felicidad y sus caminos de consecución. Es el caso del neurocientífico Facundo Manes quien ha llevado a cabo una ardua investigación sobre las claves de la felicidad.
Manes hace referencia al estudio más extenso del mundo que siguió en Boston a niños de 3 años hasta gente de más de 70 años y vio que la felicidad no pasa por la fama, el poder o el dinero sino por los lazos sociales, la gente conectada socialmente.
Entre sus conclusiones, la gente que se siente aislada crónicamente se muere antes. “Nosotros somos seres sociales y sentirnos solos crónicamente mata. Es el factor más importante de mortalidad”. Además de todo esto hay que combatir el estrés crónico que es malo para el cerebro y el cuerpo.
De acuerdo a sus investigaciones y compendio de otros investigadores colegas, la felicidad no es equivalente estrictamente al hedonismo sino que responde a una conjunción de factores.
- Multiplicar las emociones positivas que se producen a través de experiencias placenteras de todo tipo (viajar, leer un libro, escuchar música, hacer deporte, tener sexo, una salida con amigos, calidad de vida con los hijos…)
- Realizar actividades que generan un estado de flow, nos hacen llevar y perder la noción del tiempo. Tener alguna afición que nos apasiona disminuye la ansiedad y estado de alerta.
- Reafirmar y trabajar nuestras fortalezas personales para servir a un bien mayor y/o afrontar los obstáculos de la vida.
Cristina Grao Escorihuela Redacción