domingo, 02 abril 2023

Lamentarse o valorar. Jorge Dobner

Si existiera un Ministerio del Tiempo real, donde por unos momentos los ciudadanos presentes pudiéramos retrotraernos a principios del s. XX y los habitantes de aquella época viajaran al contexto actual; nosotros volveríamos más felices y ellos no se irían nunca. Como dijo en su día el entonces director de la revista Time “Ha sido uno de los siglos más sorprendentes: inspirador, espantoso a veces, fascinante siempre”.

Nuestros antepasados tan acostumbrados a pisar barro, lavar a mano, viajar en carro se sorprenderían de los coches autónomos, la robótica en tareas domésticas, infraestructuras adaptadas a los discapacitados, nivel de salubridad…

Recientemente Sir Venki Ramakrishnanel, ganador del Premio Nobel y presidente de la Royal Society , retrataba el impacto de la ciencia en apenas 100 años que ha transformado positivamente nuestras vidas. Pero estos avances no responden a una generación espontánea sino que son consecuencia del propio progreso de las sociedades en la conjunción de factores culturales, económicos y políticos.

Debemos estar agradecidos de estos tiempos de vanguardia que se construyen a partir de los hitos pasados y devienen en retos cada vez más sofisticados.

Para muestra, la exitosa investigación experimental del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) que da esperanzas de curar el gliobastoma – un tumor de enorme mortalidad – o el descubrimiento de los científicos de un prometedor medicamento que podrá frenar la progresión de la ELA.

Nuestra esperanza de vida es el doble que esos antepasados mientras que pacientes con enfermedades graves ahora desahuciados tienen visos de una curación próxima.

Y es solo el comienzo, pues todos estos avances no son una excepción sino cada segundo que pasa los hitos se multiplican.

¿Qué es lo que ocurre entonces que los últimos acontecimientos sociales revelan un aumento de insatisfacción? No es menos cierto que en los últimos años el Estado de Bienestar se ha visto amenazado por el detonante de una grave crisis mundial comparada al crack del 29, pero también las decisiones de la ciudadanía pueden declinar más esa balanza.

En un impasse de cierta recuperación las decisiones de los ciudadanos son determinantes en la actualización al mundo cambiante o, por el contrario, en un retroceso de los cambios consolidados. Lejos de la estabilidad deseada para propiciar el estado natural del progreso ciertos movimientos (Trump, Brexit, nacionalismos, populismos peligrosos…) se alimentan de un clima de malestar social para rentabilizar sus intereses particulares.

El bienestar colectivo queda disfrazado con promesas de soluciones cortoplacistas que en realidad suponen un salto al vacío para la ciudadanía. Carentes de propuestas medidas estos movimientos basados en una retórica incendiaria exenta de pragmatismo únicamente ahondan en la vulnerabilidad colectiva propiciando su conflicto, división y victimismo.

El genio Albert Einstein explicó en su Teoría de la Felicidad que “La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante”. Se entiende que cada individuo tiene el legítimo derecho para formular, expresar y satisfacer sus aspiraciones de desarrollo personal y social; pero para que así se produzcan debe existir el clima sociopolítico adecuado que en ninguna otra condición se podría dar.

Sobre esta teoría añadiría que este clima de malestar responde a una necesidad subconsciente, “morir de éxito”. Durante muchos años, hasta la crisis del 2008, el bienestar se dio casi por inercia mientras que ahora exige un mayor esfuerzo para dar ese salto cualitativo sobre lo mucho que se ha conseguido estos años.

En ningún caso nuestros antepasados pensaron por un golpe de suerte o gracia pasar de viajar en un carro de animales a viajar a la luna. Portadores de un espíritu mucho más realista sabían que, todo lo que se quiere, cuesta; pero que con paciencia, trabajo y compromiso se pueden alcanzar metas cada vez más altas.

Son tantas las cosas en juego que sería una estupidez destruir todo lo bueno que se ha construido hasta ahora y que todavía nos queda.

Decíamos en un editorial anterior que si no podemos tocar el cielo al menos no nos precipitemos en el infierno. Lo que hoy no se valora, mañana se lamenta.

Jorge Dobner
Editor
En Positivo

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