Se llama Molly Katchpole. Es una niñera indignada de Estados Unidos de 22 años de edad. A través del portal change.org consiguió reunir 306.868 firmas para obligar a Bank of America a que abandonara sus planes para cobrar por el uso de tarjetas de débito. La campaña, difundida por Internet a través de los canales de Facebook y Twitter, corrió como la pólvora en muy poco tiempo. Y logró su propósito.
“Cuando escuché que el banco quería cobrarme extra por tener acceso a mi propio dinero, me frustré mucho porque subsisto entre cada pago, como lo hacen millones más. Ya estaba enferma de oír las miserias de los bancos, que han sido rescatados con el dinero de los contribuyentes” asegura la joven norte-americana.
Ante el descontento de los clientes, las instituciones Regions Financial y SunTrust Banks ya antes habían anunciado que no cobrarían por ofrecer determinados servicios. Wells Fargo y JP Morgan Chase también desistieron a sus planes para cobrar cargos mensuales por las operaciones realizadas con tarjetas de débito.
Tal buena noticia no se habría dado sin las redes sociales. Como dijo Ben Rattaray, fundador de change.org:
“si bien como individuos tenemos muy poco poder, como colectivo sí podemos organizarnos y ejercer presión por un cambio”.
Esta misma plataforma online logró que la empresa 1800-Flowers empezara a obtener flores a un precio justo provinentes de cultivadores de países en vías de desarrollo. O que una activista saudí consiguiera que Estados Unidos condenara la prohibición de las mujeres para conducir en Arabia Saudí.
El uso de las tecnologías está sirviendo para devolver a la ciudadanía la verdadera soberanía no solamente de un Estado sino también del mundo. A través de un ordenador conectado a Internet, somos capaces de influir en grandes corporaciones y en presionar a los políticos. Y eso, sin duda, es algo positivo y esperanzador.