En estos últimos días, hemos leído infinidad de artículos sobre los derechos humanos en China a raiz del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo.
Pero gran parte de las lecturas que se hacen, son siempre desde nuestra óptica occidental, con un gran desconocimiento de la realidad China y siempre tratando de exportar nuestros valores y nuestro sistema democrático.
He elegido tres artículos de opinión del diario La Vanguardia, que merecen ser leídos con atención para tener otra visión de la realidad: el sociólogo Manuel Castells nos habla de la democracia en ese país, el gran conocedor de China Pedro Nueno nos habla del sentido común y de lo que verdad está sucediendo y finalmente, el columnista Xavier Batalla nos da pistas sobre los nuevos valores y el nuevo orden que se viene.
¿Democracia en China?
Opinión de Manuel Castells
La concesión del Nobel de la Paz al escritor disidente Liu Xiaobo es una llamada al orden a una China comunista salvadora del capitalismo mundial por parte de países occidentales que aún se atreven a defender los derechos humanos aunque les cueste un enfrentamiento con el motor industrial del planeta. Al Gobierno chino le ha molestado especialmente que Obama, seguido por los países de la UE, pidiese la liberación de Liu Xiaobo, siendo así que el déficit presupuestario del Gobierno estadounidense se sostiene gracias a la compra de sus bonos del Tesoro por parte del Gobierno chino. Pero por fundada que sea la crítica al hecho de encarcelar por delito de opinión, no parece que la causa de la democracia vaya a progresar en China, al menos en el corto plazo, a pesar de un limitado movimiento de solidaridad simbolizado por el manifiesto de intelectuales liderados por Xu Youyou y Zhang Zuhua. Y no es sólo por el férreo control que ejerce el Partido Comunista sobre los medios de comunicación y la sociedad civil, sino porque la gran mayoría de la población china es indiferente al tema de la democracia e ignora o critica a Liu Xiaobo.
Todavía no se ha olvidado su famoso comentario de que China necesitaba otros 300 años de colonialismo para desarrollarse correctamente, lo que provocó la furia del nacionalismo chino, la ideología dominante entre los jóvenes. Asimismo, intelectuales críticos de izquierda (también disidentes) se oponen a Liu por ser un neoliberal defensor a ultranza del mercado. De ahí que haya sido fácil para el Gobierno chino reunir el apoyo de la ciudadanía contra la pretensión extranjera de imponer valores y reglas a China. En encuestas internacionales relativamente fiables sobre niveles de apoyo al Gobierno, China alcanza el más alto nivel (72%), en contraste con la crisis de confianza en las democracias occidentales. No es un reflejo del miedo, sino al contrario, de una mezcla de satisfacción por la mejora del nivel de vida en las dos últimas décadas junto a un orgullo nacional de sentirse fuertes y respetados en el mundo. La proyección directa sobre China de la problemática occidental es un grave error, porque impide la comprensión de lo que está pasando. De ahí que la denuncia de la represión en China no puede mezclarse con el intento de exportar nuestro sistema democrático, porque produce la reacción contraria: el crecimiento distanciamiento político de China en el preciso momento histórico en que la economía mundial depende en gran parte del crecimiento chino.
Entender China empieza por asumir la paradoja de que sea un Estado comunista el que conduce el más espectacular proceso de crecimiento capitalista nunca visto. La contribución china al crecimiento mundial ha pasado del 8% hace 30 años al 20% en estos momentos. Es el primer exportador mundial y uno de los primeros cinco países receptores de inversión extranjera.
Aunque con creciente desigualdad social, los indicadores de bienestar social han mejorado considerablemente. La mortalidad infantil se ha reducido en más de la mitad. Y la esperanza de vida de 40 años en los cincuenta ha pasado a 73 años en la actualidad. La capacidad tecnológica se ha incrementado hasta el punto de ser líderes en sectores de telecomunicaciones (sobre todo en internet móvil) y diseño digital, mientras que sus universidades se han conectado a la red mundial y progresan aceleradamente. La clave es que este crecimiento y modernización están dirigidos por un Estado que sigue estrechamente controlado por el Partido Comunista y cuya estrategia es utilizar mecanismos capitalistas para aumentar la riqueza de la nación y el poder del Estado. La profesora de Berkeley You-tien Hsing ha identificado la clase social que lidera el desarrollo chino. Es lo que ella llama “burócratas emprendedores”. No es una contradicción: son burócratas que utilizan su posición en el partido, en niveles nacionales, provinciales y locales, para proporcionar acceso al suelo y a los permisos administrativos a capitalistas locales o extranjeros. De modo que no hay una burguesía externa al Estado a quien le podría interesar la democracia, sino que es el Estado el que se ha fundido personalmente con las empresas capitalistas. De ahí ha surgido una importante clase media urbana que vive en un delirio de consumo y que no se presta a veleidades políticas.
Y una juventud que puede expresarse sin trabas en internet (428 millones de internautas) mientras no utilicen palabras feas como democracia, Tíbet o Tiananmen. Demasiado ocupados están blogueando para ser celebridades digitales y bajándose películas y música por gigabytes. Pero, como en la industrialización europea del siglo XIX, esa gigantesca transformación genera un éxodo rural masivo, una explotación salvaje de una clase obrera sin derechos, una población flotante de inmigrantes sin permiso de residencia en ciudades sin servicios para su gente, una especulación urbana desenfrenada que expulsa a los pobres de sus barrios a golpes de excavadora y una población desprotegida, sin seguro médico ni jubilación asegurada. De ahí salen los suicidios masivos de trabajadores, las violentas revueltas campesinas, las huelgas de centenares de miles de obreros, las denuncias de la injusticia y la corrupción.
Esos son los verdaderos problemas de China y de ahí surgen las explosiones sociales que pueden socavar sus instituciones y su economía y con ello el mismo capitalismo global. Desde la perspectiva de la China real, de la gloria de los rascacielos de Shanghai al sufrimiento de millones de proletarios desangrando sus vidas en el delta del río de la Perla, desde ese mirador de grandezas y miserias, la cuestión de la democracia (que nunca existió en China), francamente, aparece como un divertimento para mis amigos intelectuales y, tal vez, como una estrategia geopolítica del mundo occidental para deslegitimar la expansión china. Lo cual no quiere decir que nos olvidemos de Liu Xiaobo. Tenemos que sacarlo de la cárcel por una cuestión de principio. Pero sabiendo los límites de su respetable ideología democrática en el contexto de la China realmente existente.
Patinando.
Opinión de Pedro Nueno
Los chinos quieren trabajo, formación, cobertura sanitaria, avance y jubilación digna, pero no votar
Conceder el premio Nobel de la Paza Liu Xiaobo es insultar a China. Pedirle a China que revalúe su moneda, el yuan, es un error. La suma de las dos cosas demuestra el desconocimiento de la realidad China en altos niveles (Obama o el Comité del Nobel). El último dato sobre un Nobel me habla de 30.000 euros por una conferencia de una hora. El señor Liu Xiaobo el día que lo suelten y lo expulsen de China, podrá forrarse desacreditando a su país por el mundo.
China ha sacado de la miseria a cientos de millones de ciudadanos sin parar de crecer en treinta años. ¡Conseguir esto con 1.400 millones de personas, 200 Catalunyas, imagínenselo! Piensen en lo difícil que parece gobernar un país pequeñito como el nuestro y lo mal que nos sale. ¿Cómo lo haría nuestro sistema gobernando un país 200 veces más grande y desde la miseria?
Si le preguntas a un chino joven, con pocos años trabajando, qué quiere, te contesta siempre lo mismo. Que sus padres, que se jubilarán pronto, cobren la pensión que les corresponde y no los tenga que mantener él y así pueda ahorrar. Que si sus padres o él tuviesen un problema de salud, sean bien atendidos en un hospital. Tener la oportunidad de formarse más, aunque eso requiriese esfuerzo (fin de semana, por la noche al salir del trabajo, pagándoselo él). Y avanzar en su trabajo como resultado de su esfuerzo, su interés en aprender y su entusiasmo. En definitiva: trabajo, cobertura sanitaria, formación, avance y jubilación digna.
Esto el Gobierno lo sabe y se lo da cada año a decenas de millones de personas más, incorporándolas a una clase media mayor que la de Europa o la de Estados Unidos. Si cuando te ha hecho el resumen de lo que quiere (y está consiguiendo) le preguntas: “¿y no quieres votar?”. “¿Votar? ¿Para qué votar?” ¿Tendría que explicarle a ese joven que en China deberían elegir 600 parlamentos?
Si yo tengo por encima el Parlamento de Catalunya, el de España y el de Europa, haciendo la proporción en China es lo que sale. El sistema de gobierno de China no es el de Mao. Cambia cada día y evoluciona hacia algo muy innovador. Nuestro sistema ha ido a peor y no es para ir pregonándolo.
Vamos al yuan. China tiene muchos yuans. Si lo revalorizan tendrán más dólares y más euros en potencia en sus arcas. La compra de Volvo por Geely es lo que veremos esta década. Las empresas chinas comprando empresas por el mundo. Si revalorizan el yuan les saldrán más baratas.
Otro ejemplo. La cadena de supermercados Wal Mart importa más de 100.000 millones de dólares de productos chinos. ¿Qué hará si mañana le revalorizan el yuan? ¿Puede cambiar de proveedor fácilmente? ¿Hay alguien en Áfricaque pueda suministrar eso? ¿Dónde están las fábricas, los transportes? Wal Mart subirá los precios y los americanos pobres que compran allí serán más pobres todavía. El señor Obama ya no va al supermercado ni a comprarse las herramientas para hacer arreglos en casa o pintarla de blanco.
Al final los chinos subirán el yuan. No son tontos. Y luego dentro de un año les pediremos que lo rebajen otra vez. Mientras, el señor Xiaobo pedirá que le paguen sus conferencias anti-China con yuans. Un poco de sentido común, ¡por favor!
Un mundo sin centro.
Opinión de Xavier Batalla
Un analista chino dibuja un mundo basado en el amor universal y la armonía, no en los valores occidentales
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) cumplirá 65 años el próximo 24 de octubre. La impulsó un presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, cuando el desorden internacional era muy distinto, y uno de sus sucesores, George W. Bush, pretendió imponerle un plan de jubilación anticipada. No lo consiguió, y el principio multilateralista que Roosevelt tomó de Woodrow Wilson sigue siendo válido. Pero el mundo ha cambiado y el poder se ha hecho mucho más difuso.
La conferencia de San Francisco, que en abril de 1945 reunió a 51 países, ultimó los detalles de la carta fundacional del organismo. Pero este encuentro fue en realidad la culminación de un esfuerzo político y militar que comenzó mucho antes. Los orígenes de la ONU explican que no es un accesorio idealista, como dicen sus críticos, sino una necesidad realista, como afirman sus abogados. Roosevelt y Churchill idearon la ONU para ganar la guerra y establecer las bases de una paz duradera.
La ONU nació como ágora de la coalición vencedora en 1945, pero también fue el segundo intento de Estados Unidos de crear un nuevo orden mundial según sus valores, y no sólo porque el magnate Rockefeller donara el terreno para construir el rascacielos de la ONU sobre el East River, en Manhattan, donde operaba el matadero de Nueva York. Cuando Dean Acheson, subsecretario de Estado en 1945, publicó su autobiografía, eligió un título grandilocuente. Presente en la creación, escribió para indicar que había asistido a la fundación de un nuevo mundo por parte de Estados Unidos. La realidad es que Acheson fue uno de los hombres sabios que crearon un orden que, con la ONU como piedra angular, legitimó el poder de Estados Unidos en la posguerra.
La primera tentativa estadounidense fue la Liga de las Naciones, que se disolvió en 1946 y transfirió a la ONU algunas de sus propiedades, incluidas las críticas. “No me fastidies con esa m… de ONU”, le dijo un día Henry Kissinger, cuando era secretario de Estado, a su asesor sobre organizaciones internacionales. La Liga de Naciones, después Sociedad de Naciones, fue creada bajo los auspicios de Wilson, quien sentó las bases del idealismo americano en la política exterior. Pero sin Estados Unidos, el organismo fracasó, aunque los ideales de Wilson no cayeron en saco roto. Y los objetivos por los que la ONU empezó a funcionar el 24 de octubre de 1945 no fueron menos ambiciosos: eliminar las causas de la guerra, la tiranía y la injusticia.
Pero llegó la guerra fría, que enterró los ideales con los que pretendía ser el símbolo de la inalcanzable salud moral del mundo. Y después de la guerra fría, la ONUya no es reflejo del mundo actual, que de bipolar durante cuatro decenios y unipolar por un instante pasará a ser multipolar. ¿Cómo será entonces el mundo dentro de diez años?
Hace dos semanas, en un seminario organizado por Asia-Europe Foundation, veinte periodistas de Asia, Europa y Rusia debatimos en Bruselas sobre el orden que se avecina. Y una de las conclusiones, subrayada por chinos e indios, es que el que viene ya no se hará según los valores occidentales. En el pasado, el poder global tuvo un centro, tanto en la colonización del siglo XIX como en la guerra fría, cuando el poder tuvo dos centros. China, por el contrario, ve un mundo futuro sin centro.
Li Limin, analista del China Institutes for Contemporary International Relations, puede que vaya por libre, pero su visión no debe desagradar a los dirigentes de Pekín, lo que hace interesante su libro Global geopolitical changes and China´s strategic choices.Li Limin pronostica que el auge de Asia-Pacífico erosionará los valores cristianos que justificaron la dominación de las potencias occidentales. Y aquellos valores serán reemplazados por valores confucianos como la armonía, la concordia universal y la coexistencia. Li Limin, sin embargo, no menciona que los inmigrantes rurales chinos tienen que malvivir, aislados de la ciudad, en recintos amurallados.
Los países de Asia-Pacífico, al atenerse a los principios de soberanía nacional y de no injerencia, superarán, dice Li Limin, el maniqueísmo occidental que dice quién es el bueno y quién el malo. Y si a la no injerencia, que es lo que China practica en Sudán, le añadimos la inutilidad de la guerra, como demuestra Afganistán, el analista sugiere que conceptos de la cultura clásica china como el amor universal y la no agresión serán básicos en el nuevo orden. ¿Qué propone entonces Li Limin a los líderes de Pekín? Primero, que el ascenso sea pacífico. Y segundo, que eviten que otros países se alíen para frenar su ascenso u oponerse a los valores chinos.
Artículos de opinión publicados en: La Vanguardia