Se inicia la cumbre climática con un desafío colosal.Más de 100 líderes mundiales buscarán un acuerdo que permita una respuesta colectiva, masiva y rápida al calentamiento global.Por primera vez en su historia, la humanidad intentará llegar a un acuerdo para impedir que el termómetro desborde el umbral crítico de temperaturas y genere reacciones en cadena capaces de provocar una tragedia planetaria.Más de 100 jefes de Estado o de gobierno de todo el mundo asistirán a la llamada “cumbre climática”, que se inicia hoy y culminará el 18 del actual en Copenhague.Los 192 países miembros de la ONU que participan en la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Cnucc) enfrentan un desafío sin precedente: evitar que el aumento de temperatura media terrestre supere 2°C en relación con 1850, cuando la Revolución Industrial abrió una era de emisiones tóxicas descontroladas.Más allá de ese umbral, las consecuencias humanas y económicas podrían ser catastróficas, según advirtieron los científicos del Grupo de Expertos Intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC), órgano considerado la máxima autoridad en la materia.Para evitar ese drama, es necesario que los Estados consigan disminuir en un 50% las emisiones mundiales de gases del efecto invernadero (GEI) antes de 2050. Esto implica un cambio radical del modo de vida occidental. Llegar a esas cifras -y sobre todo financiarlas- parece imposible en las circunstancias actuales. Pero, en su defecto, mejor valdrá un mal acuerdo que ninguno. Los GEI, principalmente emitidos por las actividades humanas -combustión de energía fósil, deforestación, agricultura, etc.-, son los responsables del cambio climático, según los expertos. En otras palabras, el calentamiento del planeta podría considerarse como una de las formas perversas del crecimiento económico.La cumbre recibió en las últimas horas una señal alentadora: el presidente norteamericano, Barack Obama, decidió retrasar una semana su viaje a Copenhague. Coincidirá con el resto de los líderes el último día, cuando se tomen las decisiones clave, y en la ceremonia de clausura.Sin embargo, los escenarios para el futuro no son demasiado optimistas. “Las cifras más probables de aumento global de la temperatura se sitúan entre 1,8°C y más de 4°C de aquí a 2100”, señala el GIEC. Afortunadamente, los investigadores consiguieron hacerse oír. En Copenhague, el planeta intentará acordar una estrategia global de reducción de GEI. La conferencia tiene dimensiones gigantescas, proporcionales a sus desafíos.El esperado acuerdo final deberá responder a tres imperativos: la acción deberá ser colectiva, masiva y rápida. Mientras más lenta sea la acción, más difícil y costoso será eliminar esos gases. “A partir de 2010, cada año de atraso en la puesta en práctica de una política energética que permita contener el calentamiento del planeta necesitará 500.000 millones de dólares de inversión”, estimó Nobuo Tanaka, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía (AIE).Esto significa un extraordinario desafío político para la comunidad de naciones, pues la concertación deberá obligatoriamente superar los antagonismos de países con intereses divergentes. La conferencia de Copenhague representa, sin embargo, nuevas esperanzas. Por primera vez desde que los científicos lanzaron la señal de alarma, Estados Unidos parece determinado a llegar a un acuerdo internacional a fin de decarbonize (alude al dióxido de carbono) su economía. Junto con China, Estados Unidos es el mayor emisor mundial de GEI. Cada uno emite 6000 toneladas de dióxido de carbono por año y ambos son responsables del 40% de las emisiones globales.La segunda esperanza es que el proyecto de acuerdo de Copenhague es, a priori, mucho más ambicioso que el de Kyoto, al cual debe reemplazar en 2012. Este último preconizaba una reducción de GEI del 5% entre 2008 y 2012 para 37 países industrializados, a excepción de Estados Unidos. También dividía el mundo en dos bloques: países pobres y ricos. Sólo las naciones opulentas eran consideradas históricamente responsables de la emisión de GEI.La idea innovadora de Copenhague es crear una categoría intermedia de países que incluya a los “grandes emergentes” -como la India o Brasil- e incitarlos a asumir compromisos de reducción. En otras palabras, a repartir el peso con más equidad. Pero ¿cómo estimular a los países emergentes? Sobre todo, mostrando el ejemplo. Para limitar el aumento de temperaturas a 2°C, los Estados industrializados aceptaron reducir sus emisiones en un 80% antes de 2050. Este compromiso exige una dieta rápida a fin de emitir entre -25 y -40% de GEI (en relación con 1990) a partir de 2020.Pero sólo la Unión Europea (UE), Noruega y Japón defienden hoy la idea de esos compromisos cifrados y obligatorios. Otros, como EE.UU. o Australia, privilegian planes de esfuerzo nacional menos ambiciosos. Los países petroleros y gasíferos, como Rusia, frenan la negociación y reclaman un estatus “aparte”. Resultado: las reducciones necesarias parecen lejanas. Hasta hoy, el total de los compromisos de disminución asumidos por los países desarrollados apenas oscilan entre el -9 y el -13 por ciento.El segundo gran obstáculo de Copenhague será el dinero. Los países emergentes y en desarrollo exigen que los ricos paguen por su desarrollo “limpio”. Esto incluye una transferencia de tecnología que permita limitar el calentamiento global y adaptarse a las nuevas reglas (economía de agua, rendimiento agrícola, lucha contra la desertificación).¿A cuánto ascenderá la factura? ¿Quién pagará? Una cosa es segura: la financiación actual no basta. Según la ONU, se necesitarían 240.000 millones de dólares anuales suplementarios de ahora a 2030. Esto es el equivalente del 42% del PBI de un país como la Argentina. China menciona 400.000 millones. La cifra que sugiere la UE, 150.000 millones de dólares, parece la más ajustada.Con metas que parecen irrealizables, los líderes mundiales buscarán llegar a un acuerdo. Aunque no sea el mejor, será el comienzo. Después, la responsabilidad quedará en manos de los gobernantes, que deberán esforzarse en modernizar y hacer aplicar políticas verdes más eficaces. Esto requiere, como nunca antes, liderazgo político y convicción popular. Esta vez, el mundo está en manos de todos.Luisa CorradiniPublicado en: La Nación
